El 12 de febrero se cumplieron 40 años de la muerte de Julio Cortázar, por lo que en todo el país -y más allá también- se ha elegido recordarlo realizando distintas actividades conmemorativas, en un repaso de su vida y obra. Se trata de un autor célebre que tuvo la particularidad –para nosotros- de que en su juventud vivió en Chivilcoy, donde trabajó como profesor en la Escuela Normal.
En 2014, al cumplirse 100 años de su nacimiento, escribí esta crónica para la materia Gráfica II de la carrera de Licenciatura en Comunicación Social, que, más allá de ser un trabajo práctico, fue un homenaje, y que retomó hoy, en forma resumida, tras leer algunas otras notas sobre su figura, con el objetivo de recordarlo.
El paso de Julio Cortázar por Chivilcoy
Lo extraordinario suele esconderse en lo mundano para pasar desapercibido. Tras leer Rayuela, y perderme en ese mundo, descubrí a Julio Cortázar. Quién podía imaginar que este admirable escritor que tan cómodo se sentía en su entrañable París, había caminado las mismas calles que yo, y que a tan solo unas pocas cuadras en una casa como las demás, se guardan 16 cartas, que no son como las demás, sino que fueran escritas por él, y atesoran lo que supo ser su vida en Chivilcoy.
Julio Cortázar vivió en nuestra ciudad desde 1939 hasta 1944. Anteriormente residía en Bolívar. Luego fue trasladado aquí, donde comenzó a trabajar en la Escuela Normal, con dieciséis horas semanales, en donde dictaba las materias Historia, Geografía e Instrucción Cívica, y, llamativamente, no daba Literatura. Vivió en la Pensión Varzilio, situada en la calle Pellegrini 195 y allí transcurrió todo su paso por aquí.
Es una mañana fría, por las ventanas de la casa inundada en blanco, los rayos de sol entran por la ventana y la vuelven más cálida. Aquí vive Elisa. Ella es la nieta de Micaela Varzilio, la dueña de la pensión, e hija de Rosa, la persona con quien Julio continuó en contacto, a través de correspondencias, luego de su partida a Mendoza. Las cartas están guardadas en folios, el papel ya está amarillo, sello indeleble del paso del tiempo; sin embargo, están intactas: más que cartas son pequeños tesoros, que guardan un trozo de la historia de esta ciudad.
Rosa y su familia tuvieron la intención de hacer un libro para publicarlas, en forma de homenaje, para ello, tuvieron que pedirle permiso a Aurora Bermudez, quien fuera la primera mujer de Julio, y a quien él le dejó los derechos de todas sus obras, pero no pudieron, porque no les concedió la autorización. Un tiempo más tarde, Rosa publicaría junto con la Editorial Alfaguara Julio Cortázar-Cartas, que son cinco tomos con mucha de su correspondencia, agrupadas en distintos años.
Elisa describe a Julio como un hombre un tanto solitario, distante, como alguien que estaba buscando su lugar en el mundo. Él mismo se definía así en el cuento Distante Espejo, escrito en 1943: “Llevo en Chivilcoy lo que yo entiendo una vida de estudio (y sus habitantes de encierro). Dicto por la mañana mis clases en la escuela Normal, hasta mediodía o poco más; regreso…”
-“Era autodidacta, aprendió alemán por su cuenta, para poder leer a los autores alemanes en su lengua original”- me cuenta Elisa, quien aprendió el paso a paso del escritor por acá y me incentiva a que lea las cartas porque quiero comprobar si adhiero a su teoría de que entre Julio y su mamá había algo más que una amistad, algo así como un romance. “Nosotros le hemos preguntado miles de veces á y siempre nos lo niega”, me dice con una sonrisa en la cara; y yo quiero agarrar las cartas y leerlas todas ya.
Las cartas
Rosa lo ayudaba a escribir sus cuentos. En una carta fechada el 16 de septiembre de 1946, Julio escribió: “Los cuentos que tan gentilmente me corrigió usted irán a la imprenta y posiblemente aparezcan a fin de año”. De todas formas, aún queda un gran interrogante por responder, si en verdad Bestiario, el primer libro publicado bajo el nombre de Julio Cortázar, y que lo llevaría a la fama, fue escrito en Chivilcoy.
Pero, más allá de esta duda, Cortázar escribió regularmente en su paso por aquí. De hecho, en 1994, Alfaguara editó los tres volúmenes de Obra Crítica y los dos de Cuentos Completos, cuyos textos fueron escritos entre 1937 y 1945, es decir, parte de ellos en sus días chivilcoyanos.
Además, Llama al teléfono Delia fue su primer cuento publicado en esta ciudad, esto fue para el octogésimo séptimo aniversario de Chivilcoy, para el diario El Despertar, el 22 de octubre de 1941, y fue firmado bajo el seudónimo Julio Denis.
Renegó de vivir aquí, como renegó en su momento de vivir en el pueblo de Bolívar. En diciembre de 1939, Cortázar escribía en una carta a María de las Mercedes Arias: «Yo tengo un miedo que no sé si usted ha sentido alguna vez: el miedo a convertirse en pueblero. ¿No ha advertido —¡Cómo no! — la espantosa mediocridad espiritual que caracteriza al habitante estándar de cualquier ciudad chica? A veces me sorprendo a mí mismo en pequeños gestos, en mínimas actitudes que delatan una influencia de ese medio; y me aterro. Siento que me rodea el vacío, que cualquier cosa es preferible a caer en ese pozo vegetativo que es un Chivilcoy, un Bolívar… Aún aquellos que leen, que tienen inquietudes, que comprenden algo, no pueden huir del clima emponzoñado del ambiente. ¡Y esto es la Argentina!»
Es inevitable preguntarse si eso mismo de lo que él se quejaba no habrá sido el clima propicio que lo llevó a inventar sus relatos fantásticos, a trazar una realidad por fuera de lo convencional. Más allá de esto, Gaspar Astarita destacó en su libro que, a pesar de sus consideraciones sobre nuestra ciudad, aquí participó de varias actividades culturales, como, por ejemplo, en conferencias, como de exposiciones de cuadros y como guionista de la película La sombra del pasado del director Ignacio Tankel.
La ida
En 1944, abandonó Chivilcoy para irse a tierras cuyanas, acusado por su “escaso fervor gobernista, comunismo y ateísmo”. Aunque la gota que llenó el vaso fue la visita del obispo de Mercedes, Anunciado Serafini: “yo había sido el único profesor, entre veinticinco, que no besó el anillo del Monseñor”, expresó Cortázar en aquel momento, haciendo latente el clima de tensión que se sentía con su presencia en esta ciudad. Con el paso de los años, Cortázar se volvió más radical en sus pensamientos, principalmente tras su visita a Cuba y su compromiso con la lucha sandinista en Nicaragua.
Sin embargo, el afecto que sentía por Chivilcoy, sus alumnos y la pensión Varzilio, quedaron eternizadas en una carta que data del 1 de noviembre de 1944, que decía: “Debo respuestas a todo el mundo, y para peor a mis alumnos chivilcoyanos les ha dado por escribirme en gran escala… ¿Sabe usted que los extraño mucho y que no me he acostumbrado a la ausencia de esa casa de ustedes donde viví tanto tiempo y fui tan cordialmente estimado?”.
De todas formas, la vida suele ser paradójica. Cortázar se fue de Chivilcoy “bajo vehementes sospechas de comunismo, anarquismo y trotskismo”, pero al cumplirse 100 años de su nacimiento, este año, se lo homenajea. ¿Qué diría el cronopio si estuviera vivo de esta situación?, ¿qué diría de los homenajes?
Mi búsqueda de su rastro
Voy en búsqueda de algún rastro de aquella pensión, en Pellegrini 195, pero ésta ya no existe, ni siquiera queda un vestigio de la casa que supo ser. Hoy es una gran mueblería, con enormes ventanales que permiten ver variados juegos de living armados en el interior del salón. Entonces queda tan solo usar la imaginación, recrear aquella casa en la mente, evocar la ventana que daba a la habitación de Julio, y pensarlo allí dentro, con sus libros, su radio y su mate en jarrita.
Pero al abrir los ojos, el sillón de pana rojo capta mi atención, olvido lo anterior, y pienso en el tiempo y en lo que éste nos deja. Me pregunto si vale la pena volver atrás, a buscar rastros, a buscar las huellas de los que estuvieron, y ya no están. En ese instante, me respondo que sí porque forman parte imponderable de nosotros, de nuestra identidad; convencida, como dice Julio en el primer capítulo de Rayuela, de que “el recuerdo lo guarda todo”.
Antonela Válvoli