Este sábado -4 de octubre- quedará inaugurada, en la sala permanente de Fotogalería 22, del Museo Pompeo Boggio, la muestra “Suburbios Cercanos / Épica del borde”, obra de Leonardo Marino. Esta exposición cerrará el ciclo de presentaciones 201 del Espacio curado por el fotógrafo Daniel Muchiut.
La Doble Periferia
por Juan Diego Incardona
Conurbano, suburbio, periferia y margen son palabras que en los últimos tiempos se han repetido con insistencia en ámbitos políticos, culturales, académicos y periodísticos. Así que, para empezar, se trata de una paradoja, porque la periferia se ha vuelto centro.
La política y la noticia no pueden escapar de esta zona de nuestro país, cuya incidencia es creciente no sólo en términos electorales, sino, fundamentalmente, culturales. Pero los conceptos que encierran las palabras y categorías generalizan un malentendido en sus definiciones, ya que es muy común escuchar o leer suburbio en el sentido de extensión de la ciudad, de periferia urbana; pero en realidad no es así.
El conurbano es una periferia doble: de la ciudad y del campo. El espacio suburbano es, a la vez, un espacio subrural. Porque es una mezcla: es casco de luz y oscuridad; asfalto, barrio, semáforo, pero también descampado, río, luz mala. Sincretismo de paisajes y también de habitantes, de inmigrantes interiores y extranjeros. Es el gigantesco patio de un conventillo, donde se hablan numerosas lenguas y jergas.
Su realidad es exuberante y desproporcionada. No hay mímesis ni realismo posible; en todo caso, hay realismo mágico, porque los contrastes son tan intensos que la linealidad es algo imposible. No hay linealidad ni cronología. Porque es una zona donde el espacio se temporaliza y el tiempo se espacializa.
Esto es algo que puede percibirse en las fotografías de Leonardo Marino: capas. Un auto último modelo junto a un coche más viejo que su conductor; la carpa de un circo adornada con banderines de colores delante de una fábrica echando humo negro; un micro escolar en un baldío; un avión enorme empotrado a la vera de un camino. ¡¿Qué hace ahí?! ¡¿Quién lo puso?! Modernidad y reliquias; vida y fúsiles; y mucho cielo.
En las fotos de Leonardo casi siempre está el cielo, de la mañana o la tarde; celeste o nublado, ocupando una parte importante de la imagen. Porque el conurbano no es sólo una extensión de Buenos Aires, donde no se ve el cielo. En el suburbio, hay ciudad y hay naturaleza, un cielo inmenso como el del campo. Pero tampoco es igual al campo, porque sus nubes están mezcladas con humo.
En el Romanticismo, los paisajes dejaban de ser marcos decorativos para convertirse en formas de expresión. En las pinturas y en la poesía romántica, el paisaje era una proyección emocional, anímica. Los sentimientos del poeta se revelaban en el día soleado o en la tarde gris melancólica.
Artísticamente, la serie “Suburbios cercanos” me recuerda ese espíritu. En las imágenes pueden verse muchos escenarios y pocos personajes; y si aparecen, lo hacen de un modo lateral o lejano, como los policías dentro de un patrullero, o la gente que espera un colectivo en una porción de foto donde el protagonista es, en realidad, la misma vía pública.
Autos, peatones, carteles, árboles, aparecen distribuidos con la misma importancia en aras de un protagonismo mayor que los excede y los reúne: la vía pública, que una vez más aparece urbana y natural, de cielo y calle, de pasto y vereda. No hay primeros planos; todas las imágenes buscan el panorama o una medida importante donde puedan caber edificios, barrios, supermercados y fábricas. En este sentido, las fotos de Leonardo Marino dan cuenta de la magnitud del suburbio, que más que sub, debería llamarse supra; ya que todo es enorme, en cantidad y distancia.
Hay una fotografía que quisiera destacar: un colectivo de la línea 141 sale de la terminal, un día gris. Por la vereda de la terminal caminan tres personas, se alejan; son los únicos seres humanos que se muestran (aparte estaría el chofer del colectivo, pero no es posible verlo, porque el parabrisas refleja el exterior como un espejo). En la vereda de enfrente (la nuestra, desde la perspectiva de la foto) en realidad no hay vereda, sino una mezcla de pasto, barro y cemento roto. Y hay palmeras.
Esto me resulta mágico. Claramente, no pertenecen a este hábitat, son, igual que tantos otros seres vivientes del conurbano, inmigrantes. Palmeras inmigrantes. Las imagino luchando, sobreviviendo. Algunas permanecen firmes; otra está torcida y parece a punto de caer. Se percibe el viento, un viento fuerte que arrastra los papelitos tirados y vuela la pollera de una de las señoras que caminan.
Esta foto del viento recortando la salida del 141 que nunca termina de salir y las tres personas que nunca terminan de pasar y la palmera que nunca termina de caer, es como una foto de la infancia, del significado de la infancia que yo recuerdo en el suburbio. Por eso, quiero agradecerle a Leonardo Marino por una foto como esta, por la identificación que produce. No como definición, sino como emoción. Suburbio cercano y lejano a la vez: inmigrantes, colectivos, viento, algo que pasa, pero nunca termina de pasar.
Sobre Suburbios Cercanos
Las fotografías de Leo Marino son silenciosas, aunque atiborradas de gritos y sonidos. Gritos que aluden a la injusticia y la exclusión. No compadecen, no estigmatizan, no redimen. Paisajes casi desiertos. Muy pocas personas las habitan, sin embargo, su presencia es imponente, en los colores y en las palabras, pintadas, dibujadas, insinuadas. Humor, reclamo, ingenio, estrategia y rebusque.
Cumbia en la noche lejana. Un altavoz en la quietud de la siesta. El relato futbolero como telón de fondo del domingo.
No hay aquí espacio para la ironía cínica, la sonrisa cómplice o la latinoamericanidad socarrona a la medida del cliché de exportación. La obra de Leo, rica en implicancias sociales y políticas es también, esencialmente, un poema melancólico y profundo. Quizás un gesto de vago desencanto, quizás un guiño escéptico.
Eduardo Gil, noviembre 2016