A 68 años de la muerte de Evita, queremos homenajear a esa Evita aguerrida que, a los veintipico de años, tomó la decisión de vivir para el pueblo, «sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón».
Por Coty Alonso
Concejal del Frente de Todos
«Lo que yo hago a favor de los humildes de mi Patria no es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto ése. Para mí es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda social era que la calificaran de limosna o beneficencia».
A 68 años de la muerte de Evita, queremos homenajear a esa Evita aguerrida que, a los veintipico de años, tomó la decisión de vivir para el pueblo, «sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón».
La aversión de Evita por la limosna de los ricos, que «daba satisfacción sólo a quien la otorgaba», la llevó a tomar la decisión más trascendental de su vida política: la creación de una gigantesca fundación de ayuda social como nunca había existido en la Argentina. La institución empezó a funcionar formalmente el 19 de junio de 1948. Dos años después, el 25 de septiembre de 1950, comenzó a llamarse Fundación Eva Perón.
Si bien el organismo dependía del Ministerio de Trabajo y Previsión, Evita se hizo cargo en forma personal del manejo de la Fundación desde el primer día hasta su muerte.
Para entender la magnitud de la obra que realizó la Fundación durante los siete años que estuvo en actividad (1948-1955), valen la pena repasar una serie de datos cuya sola descripción nos exime de hacer mayores juicios de valor al respecto.
✓13.402 mujeres consiguieron empleo gracias a la Fundación entre 1948 y 1950.
✓22.650 camas tenían los 21 hospitales y policlínicos construidos en 11 provincias.
✓2.350 ancianos fueron internados en los 5 hogares para la vejez que construyó la Fundación entre 1949 y 1950.
✓500 mujeres podían encontrar alojamiento en el Hogar de la Empleada, en un edificio que tenía 9 pisos de dormitorios y eran ocupados por mujeres que ganaban el sueldo básico y no poseían vivienda ni podían alquilar.
3.000.000✓ de libros, juguetes, máquinas de coser, bicicletas y prendas de ropa eran distribuidos anualmente por la Fundación.
181✓ proveedurías fueron abiertas por la Fundación con el propósito de abastecer artículos de la canasta básica a bajos precios.
120.000✓ niños participaron del tercer certamen de los Campeonatos Infantiles «Evita» y los juveniles «Juan D. Perón», organizados desde 1949 en forma anual, con controles médicos obligatorios a los participantes.
Los datos son abrumadores para una Argentina que, en ese momento, tenía una población de 15 millones de personas; y sólo son una parte de la enorme tarea realizada. Tener semejante faro histórico en la asistencia social refuerza nuestras convicciones y nos marca un camino muy claro que tenemos que honrar en nuestro trabajo cotidiano.
«Lo que yo doy no es mío -aseguraba Evita-, ¿por qué me lo agradecen? Lo que yo doy es de los mismos que se lo llevan. Yo no hago otra cosa que devolver a los pobres lo que todos los demás les debemos, porque se lo habíamos quitado injustamente. Yo soy nada más que un camino que eligió la justicia para cumplir como debe cumplirse: inexorablemente».
Quienes sentimos orgullo de la tarea realizada por Evita debemos aferrarnos a sus preceptos y honrarlos en la práctica sin estridencias, sin sobreactuaciones ni carteles. Los efectos devastadores de la pandemia han evidenciado la importancia de la asistencia social y han revalorizado el rol del Estado como instrumento para el ejercicio de la justicia social para, como señaló Evita, «hacerse una sola carne con el pueblo para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea lo mismo que si fuese nuestra».