Los brindis, los regalos, las despedidas. Diciembre llega con muchas promesas de celebración, pero para muchas personas, esta época del año también arrastra una carga emocional, física y social difícil de sostener.
El cierre de año se transforma en un torbellino con agendas colapsadas con actos, compromisos laborales, reuniones sociales y cenas. Todo esto ocurre mientras se hace un balance interno sobre todo lo que no se logró, lo que quedó pendiente, lo que no fue.
A eso se le suma la presión del tiempo, que parece escaparse entre los dedos, y la del dinero, en un contexto económico que muchas veces aprieta, pero que exige sostener ciertas tradiciones: regalos, celebraciones, despedidas.
Y están las otras realidades, esas que muchas veces quedan fuera del foco: la soledad de quienes atraviesan duelos, la ausencia de quienes ya no están, la tensión de las reuniones familiares que no siempre son armónicas. Todo eso ocurre también.
En resumen, diciembre puede enfrentarnos a exigencias propias, presiones sociales y una sensibilidad extrema. Por eso, más que nunca, es clave frenar, priorizar, elegir con libertad y con afecto. Saber que no es obligatorio cumplir con todo ni con todos, y que la celebración más genuina tal vez sea aprender a habitar esta época con menos mandatos y más cuidado propio.
En fin de año no deberíamos colapsar, sino aprender a soltar lo que pesa y a abrazar lo que importa, sin enroscarse más de la cuenta. ¿Y a vos, cómo te encuentra este fin de año?
A.V.








