Como para confirmar la máxima de Simone de Beauvoir de “mujer no se nace, mujer se hace” ha venido al mundo Victoria con un montón de estrellas más.
Ha venido a recordarnos que el envase del alma es un accidente, un regalo errático de la biología con el que a lo largo de la vida nos toca cada día re- contractualizar.
La existencia de Victoria y su lucha por el colectivo LGTTTBIQ (lesbianas, gays, travestis, transgéneros, transexuales, bisexuales, intersexuales, queer) es la eterna lucha por la aceptación de las diferencias, por la construcción de la inclusión como único sentido de la humanidad.
Es la prueba de que el problema de la sociedad en que vivimos no lo tienen los diferentes sino los que ignoramos nuestras particularidades y nos arrogamos el estandarte de la normalidad.
Es la fuerza de la transformación por una sociedad más justa, pero no enterrada en un cementerio como Lohana Berkins o Diana Sacayán, sino caminando entre nosotros para darnos una inconmensurable y violeta oportunidad.
Es la alegría y la belleza sin patrones, traccionando la historia y la cultura en dirección a dónde siempre debieron mirar en un mundo dónde para Ser, hay que ser esto o aquello, dónde hay que caer en la ficción política de adoptar si o si un género para poder acceder a un baño a un documento de identidad.
Es un par de ojos de mirada tan fuerte como tierna, que anhela un encuentro puro y sincero, pero que no puede esconder una vida de tristezas, abandonos y traiciones.
En un mundo que nos ha obligado a creer que el cuerpo es biológico, individual, controlable, susceptible de ser corregido, medible y reproductivo Victoria ha trascendido su biología para convertirse en templo de una decisión política: vivir en libertad.
En un mundo dónde -como dice Judith Butler- el cuerpo es “performativo” porque la cultura de la heteronorma obliga a definirlo como masculino o femenino sin matices ni intermedios ni alternativas ni grises, el cuerpo deja de ser un elemento biológico para ser un instrumento político.
¿Y qué quiere la política de nuestros cuerpos?
Pues que produzcan y se reproduzcan para seguir produciendo.
¡Pobres de aquellos que no puedan o no quieran cumplir con el mandato!
¡Pobres de aquellos que pretendan disponer de su cuerpo para otros planes como la expresión de su identidad o el disfrute del placer!
Habrán de ser espartanamente concebidos como atrofias de la naturaleza, susceptibles de ser arrinconados en algún cementerio, porque a los traidores que se roban para sí el uso de su propio cuerpo sólo les cabe algún aleccionador tipo de muerte.
En el mundo del positivismo que cobijó vilmente en su seno el autoritarismo, el individualismo y la cosificación del cuerpo, se niega y se prohíbe lo inocultable: el cuerpo como un campo de relaciones.
En el mundo positivista entre novelas rosas y fórmulas químicas se oculta la máxima de las verdades: el amor es una decisión política.
Recibida en este mundo bajo el título de niño, vino ella para sembrar equidad y dar esperanza a un montón de seres condenados desde siempre a vivir en la sombras.
Y nos volvió mejores juntándonos en ATTTA, en el Consultorio Amigable, convocándonos a marchas de banderas multicolores y apropiándose con su gente bella de la placita seca La Perla del Oeste.
Nada es casual y a mí se me ocurre que la perla es ella porque, así como guardamos las joyas heredadas de la abuela en un cajón para ocasiones especiales, así espero que su vida derrame en mi hija devolviéndole la fe que alguna vez la violencia vino a quitarle.
María Laura Razzari
Prof. de Historia y Filosofía
Presidenta y fundadora de Maltratocero Asociación Civil
www.maltratocero.org