Hoy me despierto con otra noticia de esas que golpean el alma y la lucha. Otro crimen, una menos, otro femicidio.
Y es ahí cuando me lleno de preguntas…
¿Qué falta? ¿Cómo hacer para que esta locura pare?
Y es ahí cuando me iluminan las respuestas. Respuestas en concreto, pero sin acciones concretas. Respuestas que retumban pero que no hacen ruido. Respuestas que no son escuchadas o a las que el estado prefiere hacer oídos sordos. Porque hacen falta más muertas, porque tantos crímenes no importan, porque la cultura patriarcal aplasta y silencia.
¿Cuántas mujeres hoy transitamos el camino de las violencias patriarcales? Todas. Si todas. No hay una que pueda decir: «a mí no».
Si te digo que cuando vas por la calle y te gritan un «piropo» están ejerciendo violencia. Si cuando ves en la tele productos de moda para verte mas «linda» estas siendo violentada. Si vas a una tienda y no tienen tu talle. Si trabajas pero no ganas lo mismo que tu compañero varón. Si los cargos jerárquicos de las empresas los ocupan en su mayoría varones. Si la propaganda de un detergente solo te muestra a una mujer fregando platos. Si te dicen que el aborto no es tu decisión. Si te hacen creer que estás gorda porque no encajas en un modelo de cuerpo social establecido … y así puedo seguir largo rato. Todo eso es violencia de género. Violencia por pertenecer a un género. Violencia solo por el hecho de ser mujer.
Y mas allá del cambio cultural absolutamente necesario que seguramente demande años de lucha, ¿Qué es lo que estamos haciendo mal? ¿Cuál es la deuda que el estado tiene con las mujeres? ¿Cuáles son las soluciones necesarias y posibles que se nos están escapando?… muchas, miles… y lo sabemos.
Si evaluamos los pasos que una mujer que sufre violencia transita, nos encontramos miles de errores. Errores evitables y/o subsanables.
Si tenemos una comisaria de la mujer capacitada pero que cuando una mujer llega destruida, se niega a tomar las denuncias o no brindan el correcto asesoramiento, y en el mejor de los casos la denuncia prospera, pero … ¿Qué sigue después? ¿Qué hacemos con esa mujer con hijos que no puede volver a su hogar con el violento?
Si tenemos un proyecto de refugio que el estado se niega a concretar.
Si una vez que la denuncia prospera y el juez establece alguna medida perimetral esa medida no es correctamente vigilada. Y una vez más depende del accionar de la víctima. De una víctima vapuleada, enrejada, entregada, sin reacción, indefensa.
Si las victimas que no denuncian y llegan a un centro de salud son invisibilizadas. Si los médicos no cumplen con el deber ético de denunciar y deciden ser cómplices de este círculo de violencia una y otra vez. Y una y otra vez la victima expuesta, porque no hay sistema de resguardo. Porque todo, una vez más, vuelve a depender de ella.
De ella que no puede salir, que no puede reaccionar aún. Y que tal vez nunca lo haga, o cuando lo haga sea demasiado tarde.
Si las victimas que logran pasar la barrera de la denuncia con todo lo que eso implica se chocan con la pared que impone la justicia. Si no tienen recursos para afrontar un proceso (porque la ley de patrocinio gratuito jamás se reglamentó) y terminan con un patrocinio estatal con poca o nula perspectiva de género nuevamente re victimizada, nuevamente acusada, tildada de loca, bipolar, incapaz de cuidar a sus hijos o en ejercicio del síndrome de alienación parental, obligada a mantener con el violento un lazo por los vínculos que este debe mantener con sus hijos. Vínculos impuestos y macabros, que terminan reproduciendo la violencia y enfermando a los niños. Una justicia que no juzga a los violentos, pero si juzga a las victimas porque está patriarcalizada.
Y así puedo seguir largo rato …
¿Y me vuelvo a preguntar cuánto falta?
Falta mucho…
Seguramente pasaran muchos más 3 de junio en los que tendremos que tomar las calles al grito de #NiUnaMenos. Pero eso no dejará de ser utópico. Al menos hasta que empecemos a exigirle al estado las respuestas en concreto y no en un discurso correctamente político y socialmente incumplido.