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El 2 de abril de 1982 los argentinos nos desayunamos con la noticia de que se había emprendido una contienda armada por la recuperación de las Islas Malvinas.
Casi automáticamente pudimos ver no solo una Plaza de Mayo colmada y festiva, sino un país entero sumergido en la euforia y la alegría desmesurada. Habíamos entrado en lo que es la guerra y aun así decidimos festejar. Festejamos las operaciones militares, y peor aún festejamos la muerte.
La Guerra de Malvinas fue el suceso que abrió una herida profunda en todos los argentinos y marcó el principio del fin de una terrible etapa. Este enfrentamiento generado dentro de un contexto de decisiones políticas erróneas e irresponsables llevadas a cabo por la última dictadura militar, en un desesperado intento de sostenerse en el poder, debilitado por la crisis económica y la movilización obrera y popular. Nos pone hoy ante el compromiso de la reflexión y la crítica sobre el total de los acontecimientos que dejaron un triste saldo.
Hoy, el reclamo sigue vigente, la herida sigue abierta. El recuerdo de aquellos jóvenes que entregaron la vida por su Patria nos convoca a buscar la mejor manera de reclamar nuestros derechos y soberanía, en forma de diálogo y de paz.
Somos conscientes de que estamos en deuda por cada soldado de nuestra Patria que derramó su sangre en ese territorio. Pero nunca dejaremos de reclamar lo que nos pertenece, convencidos desde lo más íntimo de nuestro ser que las Malvinas fueron, son y serán argentinas, y que de tal forma debemos transmitirlo a las nuevas generaciones.
La guerra no termina con la última bala o la última bomba que estalla. La guerra terminará cuando el último argentino que dio la vida por su Patria, por su pueblo y por su suelo sea conmemorado y enaltecido debidamente, como el gran héroe que es.
Agrupación J.J. Castelli