Por Fernando San Romé
Varias veces hemos escuchado y leído acerca de los relatos necesarios en los ciclos históricos y sociales que pueden provocar adherencias o rechazos a determinadas entidades de gobierno según sea nuestra manera de interpretar el mundo. El gobierno actual tiene rasgos posmodernos en cuanto a la búsqueda de la muerte de un relato pasado, tratando de instalar otro que no deja de ser un intento restaurador de los valores que caracterizan a la modernidad. Según algunas investigaciones el término “moderno” se usaba a finales del siglo V para distinguir el presente de esa época cristiana del pasado romano pagano. Pero el concepto de modernidad se restringe al renacimiento, sobre todo en “la Francia” del siglo XVII donde se iba a diferenciar entre lo antiguo y lo moderno, lo viejo o lo nuevo, la formación de conciencia de una nueva época.
Ser moderno se inspiraba en el progreso de la ciencia que con su conocimiento provocaba un mejoramiento social y moral basado en las fuerzas de la razón y el iluminismo. Jurgen Habermas es quien más ha aportado a la noción de modernidad y sustenta su tesis en un concepto fundamental sobre la idea de la misma: la modernidad como proyecto.
Este se basa en el desarrollo de una ciencia objetiva que promovería el control de las fuerzas naturales, una visión diferente de comprender el mundo, el nuevo rol del individuo para su progreso moral y la felicidad material. El sistema que impulsa en occidente el proyecto de la modernidad es el capitalismo que con su crecimiento favorecería el progreso del hombre estimulado por la razón y el hedonismo. En definitiva, las características salientes de la modernidad son: la autorrealización ilimitada, la autoexperiencia auténtica (hoy “emprendedorismo”) y un individualismo hiperestimulado. Este proyecto fue consolidado por la aparición en occidente de los estados nación y las democracias modernas.
En Latinoamérica la estrategia de occidente para asegurar el citado proyecto fue el colonialismo. En este sistema la libertad del hombre debía ser domesticada siendo la mejor táctica para el sometimiento del hombre descubrir sus secretos más íntimos, para luego, con sus propias armas, reducirlo a las leyes de los estados. Los estados modernos adquieren dos metas definidas: convertir a los individuos en ciudadanos con deberes y derechos, y por otro lado obtener el monopolio de la violencia, concepto definido por Max Weber.
Los estados capitalistas tienen la necesidad de ajustar la vida de los hombres al aparato de producción. Las instituciones estatales como la escuela, las constituciones, el derecho, los hospitales, las cárceles, etc.; vendrán definidas por el imperativo jurídico de la modernización. De lo que se trata es de sujetar a todos los ciudadanos al proceso de producción mediante el sometimiento de su tiempo y de su cuerpo.
En nuestra nación desde el siglo XIX hasta hoy existe la necesidad cíclica de ordenar y restaurar reiteradamente la lógica de la civilización moderna que refleja el sueño modernizador de las elites criollas y el diseño de este proyecto de dominación organiza la cosmovisión del mundo liberal, hoy transformado en un neoliberalismo que determina quién se excluye o incluye en dicho proyecto.
El modelo para adquirir ciudadanía es un filtro por el que sólo pasarán aquellas personas cuyo perfil se ajuste al tipo de sujeto requerido por el proyecto de la modernidad: varón, blanco, padre de familia, católico, propietario, letrado y heterosexual. Los individuos que no cumplen estos requisitos son abyectos del sistema: mujeres, sirvientes, locos, analfabetos, negros, herejes, esclavos, indios, homosexuales, disidentes, minorías étnicas (Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la «invención del otro”, Santiago Castro Gómez).
A esta lista podríamos agregar en Argentina: inmigrantes de los países vecinos, pobres, peronistas y militantes del proyecto nacional y popular, sectores de izquierda disidente y ancianos. Para la nación blanca y pura esa es la lista de la barbarie que genera atrasos en el plan económico y social. Mientras esto pasa las elites de derecha neoliberal saquean y endeudan a varias generaciones comprometiendo su futuro. Esto no es nuevo. Desde 1976 a 1983 y durante la década menemista hasta el final trágico del año 2001 se repitieron recetas del FMI y organismos de crédito internacional. Mientras caía la Alianza gobernante, rechazada por el levantamiento popular, se asesinó a 39 argentinos que hasta el día de hoy no consiguieron justicia. Ese período final estaba compuesto por varios funcionarios del gobierno actual de Cambiemos que se transformaron en cómplices del latrocinio económico y social al que sometió al país. Se debería al menos ejercitar la memoria histórica para no olvidar estos hechos.
El proyecto se instala con perversión
El modelo actual se instala con nuevas tecnologías basadas en “maquinarias de opresión” que ostentan imponer el nuevo orden aprovechando el clima social de época, el odio y la violencia. El antropólogo Paul Farmer sostiene que estas conductas sociales tienen su origen en el racismo y la desigualdad de género. La violencia estructural se aplica en forma privada o desde el estado. La violencia privada puede aplicarse en forma simbólica desde el lenguaje y la tecnología digital por medio de las redes sociales y medios gráficos de comunicación (entre otras formas), utilizando los foros para degradar personas o ideas en forma cobardemente anónima, hecho que imposibilita mantener el lazo social y contribuir al debate. Se agrava más aún cuando esta actividad está fomentada y financiada desde el estado.
Los motivos políticos, económicos o ideológicos de esta violencia estructural, responden más a intereses privados o de clase que a intereses públicos tendiendo en la actualidad a globalizarse y trascender lo local. Todo desemboca en nuevas formas para combatir a las fuerzas populares y a los sectores pobres con técnicas y modelos económicos que concentran la riqueza y paradójicamente multiplican la pobreza. Los estados conocen que los oprimidos como fuerza de oposición ponen en riesgo las democracias liberales; tiene una gran capacidad de resistencia colectiva y autoorganización ante violaciones de los derechos de la ciudadanía que genera la modernidad. Ante esto el estado pone en juego todo su potencial coercitivo para mantener las relaciones de poder.
Lo novedoso de estas derechas globalizadas y más precisamente en Latinoamérica es que llegan al poder mediante el apoyo de los medios de comunicación como entidades o instituciones que divulgan la ideología neoliberal. Lo que antes hacia la “escuela” ahora lo plasman los medios de comunicación con todo su poderío, llegan cada vez a más destinatarios por la concentración multimediática y utilizan información digerida y capciosa.
Se podría definir al gobierno de derecha como un nepotismo plutocrático y corporativo, gobierno de ricos y amigos. Es característica de éstos administrar mediante la victimización, la infamia, la mentira, el engaño y la promesa fácil tratando a la población como niños y prometiendo ilusorios beneficios. Fácilmente se puede desnudar a la mentira revisando el archivo del debate presidencial entre Scioli- Macri en 2015 donde se evidencian las falsas promesas y el discurso vacío.
Otro rasgo es poner la “culpa en el otro” mientras se cometen innumerables actos de injusticia social agigantando aún más las diferencias de clases sociales por el incremento de la cifra de pobres y la brecha social. No queda otra salida para el orden capitalista que someter al pueblo con violencia institucional, cinismo y perversión para culminar su obra. Estas políticas destruyen el tejido social. Las nuevas fuerzas populares tienen hoy un desafío: se deben desplazar las conductas neoliberales mezquinas e individuales que llevan en su interior y revisar nuevas prácticas de acción política basados en la solidaridad y la fraternidad, valor olvidado en los programas de los últimos gobiernos progresistas de la región que se enfocaron más en los principios consumistas de las clases medias trabajadoras.
Otra alternativa sería poner en valor la propiedad pública más que al estado sumamente benefactor mediante acciones de autogestión y autonomía de los colectivos sociales y culturales, protección de los empleos dignos e ingresos suficientes para el desarrollo humano, así como la implantación de una economía verde centrada en la sustentabilidad medioambiental. El problema es que estas políticas alternativas si se popularizan, ponen en riesgo al capitalismo, ya que la gran masa de pobres y postergados estaría organizada para dar batalla a la hegemonía que las derechas camufladas en el régimen democrático actual desean restaurar. Jamás los partidarios de las políticas regresivas neoliberales van a poder comprender los motivos que encierra el destino de justicia social e igualdad de un pueblo, solo para tal realización hay que buscar en la profundidad de la palabra “compañero” y todo su significado histórico.
ufff, la verdad, es que ya se tornan insufribles! No se cansan con la prédica, y en su mezquino mundo, no logran entender que la gente NO los eligió, y eso no lo pueden entender. La gente no votó ni relato, ni modernidad, votó un administrador decente, que aplique los recursos del Estado para lo que fueron asignados, no para JULIO LOPEZ, LAZARO BAEZ, DEVIDO, BODOU, JAIME, y siguen las firmas…
muy buena nota.exelente