“Primero era Negri. Porque no sabía qué nombre ponerme, entonces me puse Negri, Después, un día, Charo me dijo que te tenía cara de Lucy. Entonces, fui Lucy. Después fui Ruth. Y, Pamela nace una noche en que íbamos al boliche en una traffic con veinticinco personas. Yo me fui con un short cortito, de cuero, muy cavado. Entonces, cuando estaba bajando alguien me dice: “Pamela… ¡qué pan dulce! Me lo metiste en la cara, querida”. Entonces, a partir de eso, que nos lo tomamos a risa, me gustó Pamela y me puse el nombre de Pamela”.
Con este jocoso relato comienza “Pamela”, el genial documental de Mariana Carrasco y Daniel Muchiut sobre una adorable y hoy sexagenaria peluquera trans de Chivilcoy. A su vez, la anécdota parece metáfora de la existencia de Pamela Poletti. Como, en diversas circunstancias, ella supo metamorfosear un piropo machirulo -o en otras ocasiones un insulto- en orgullo.
En este testimonial de una hora, preferentemente narrado en primera persona, Carrasco y Muchiut supieron plasmar en imágenes y con recursos minimalistas el inefable encanto, la sensibilidad y la sencillez de Pamela. “Cuando Daniel me ofrece la posibilidad de hacer el documental, yo me pregunté ‘¿a quién puede importarle mi vida?’ Una vida tan tranquila tan diferente a la de otra persona trans, que las echan de su casa, que las reprimen, que viven en la comisaría, que son verdaderas heroínas”, dice la entrevistada.
Por un lado, Pamela no parece percatarse de su propio heroísmo. La valentía de aquel niño que jugaba a las muñecas en la década del setenta (y que aun conserva esos juguetes como recuerdos y quizás como trofeos) y que, más pronto que tarde iba al mercado vestido de mujer.
La de aquella adolescente que se preparaba junto a otras trans en su casa familiar, único reducto donde la aceptaban tal como era. La que, finalmente, merced a las conquistas de derechos, tiene su DNI y contrae matrimonio. A su vez, en el relato de Pamela se ven reflejadas no solo las vicisitudes de una niña trans en una ciudad pequeña, sino la historia de toda una comunidad y de una generación. Asimismo, en el hilo del relato, aparecen como ráfagas, retazos, fragmentos y retratos luminosos de otras existencias trans que padecieron otros sufrimientos y represiones. A Pamela le queda el peso de la sobreviviente y con ese peso, la responsabilidad de darle voz a las trans muertas, de poner presencia a tantas ausencias. Cuestión que ella asume con naturalidad y alegría, la misma que espero pueda quedar captada en las palabras de la presente entrevista.
Por otro lado, la vida de Pamela tal como queda plasmada en el documental parece haber interesado más de lo que ella creía e incluso más de lo que los directores pudieron haber soñado. No solo superó las expectativas de público en su estreno en Chivilcoy (y en la reciente función llevada a cabo la semana pasada en el marco de la Feria del Libro de Chivilcoy), sino que también fue exhibida en el MALBA, en cines de todo el país y llegó a ser seleccionada para el Festival Asterisco y para el “Festival Internacional de Cine River” en Italia.
¿Cómo fue ser una niña trans en una ciudad pequeña como Chivilcoy?
-Para mí fue normal. Yo no lo viví como algo raro. La gente lo veía como algo raro, pero para mí era normal. Era algo que tenía que ver con mi naturaleza, con mi identidad, con mi alegría. Nunca se planteó el tema de por qué yo jugaba con las nenas, de por qué yo jugaba con las muñecas. La gente se tuvo que acostumbrar porque lo fue viendo desde siempre y lo tuvo que ver de manera natural, nunca hubo replanteo porque toda mi familia y yo lo vivíamos de manera natural. De hecho, mi familia lo supo antes. Ahí te das cuenta lo importante que es para las trans, para los gays, las travestis, las lesbianas que en tu familia te acepten y te quieran como sos. De esa manera estás más fuerte para enfrentar el rechazo social.
¿Cómo fue la relación con tu padre policía?
-Imagínate que un policía de aquellas épocas, estamos hablando de los años setenta y los años ochenta no era nada fácil. Sin embargo, mi papá terminó sus días con ochenta años rodeado de todas nosotras. Yo fui peluquera durante cuarenta años. Cuando me traían pelucas para hacer los services (sic), pelucas muy largas, yo se las ponía a él en la cabeza para alisarlas y peinarlas (risas). Una vez me trajeron una peluca larga hasta la cintura, colorada, entonces se la había puesto a mi papá y llega una clienta y me dice “no sabía que estabas con gente”. Entonces mi papá, levanta la cabeza y dice: “No, soy yo”. (risas)
¿Quiénes fueron las principales referentes en tu vida?
-A nivel local, la principal referente fue Charo porque fue la primera travesti que yo conocía que se fue desde Chivilcoy a Buenos Aires. Por Charo conocía a Pía (Baudraco), a María Belén, a tantas otras. Ella fue la que me hizo el cuerpo al inyectarme con siliconas.
¿Tenías miedo de los riesgos que implicaba eso para tu salud?
-En esa época era lo que había. No como las chicas de ahora que tienen las hormonas y los tratamientos más saludables a disposición. Yo siempre digo, las travestis y trans de esa época somos cuatro por cuatro, todo terreno porque nos arriesgamos a todo. Sin saber los resultados. A esta altura te puedo decir que somos verdaderas sobrevivientes. Yo cumplí sesenta años hace unos meses y somos pocas las que quedamos de aquel tiempo. En el Archivo de la Memoria Trans estamos todas las viejas y seremos quince que quedamos vivas del grupo. También se habló de la reparación histórica por sobrevivir a la represión de la época de los militares y eso se llevó en parte a cabo y en parte no. Ahora, con este gobierno, olvídate.
En un momento del documental decías que, aunque tu hermana te advertía de los peligros para tu salud que implicaban las siliconas y sin embargo era más fuerte el deseo de transicionar, de ser vos. No podías vivir de otra manera.
-No pensábamos en el riesgo. Yo la conozco a Charo una tarde por intermedio de una amiga. Charo se pone siliconas un viernes a la tarde y luego trabajaba como repartidora de soda. El lunes siguiente a ese viernes, Charo ya estaba trabajando y me dice “Mira cómo me quedó el culo”. Yo le digo: “Ay me encantó”. Ahí ya quise siliconas y no me importó nada. Primero, sin saber los riesgos que se corría y después no me importaba. Mi papá estaba vivo aún y sabía que me ponía siliconas. Mi hermana me advertía “Mirá que las travestis se mueren por las siliconas”. Yo siempre decía: si me muero con las siliconas puestas que me pongan culo para arriba que es lo primero que me hice y que me muestren así porque es lo mejor que tengo. Ahora, con el paso de los años, siento el hinchazón desde la cadera hasta los pies, tengo problemas en los brazos que hay días que casi no puedo ni levantarlos. En ese momento, éramos un poco inconscientes y además, con tal de modificar el cuerpo éramos capaces de cualquier cosa. Estaban también las que se ponían pancho (goma espuma). Una de las últimas veces que me puse siliconas, estaba mi papá que tenía Parkinson. Entonces estaba en la habitación y Charo me estaba inyectando siliconas. Charo como la Evita para las travestis, en lugar de repartir máquinas de coser repartía siliconas para todas (risas). En una bandeja había como cincuenta siliconas. Mi papá habrá pensado “esta mujer no termina más”. Entonces se acerca a la puerta y dice “Charo, ¿no querés que te ayude?”. Imagínate vos, de los policías aquellos que veían un puto y le pegaban un tiro terminó rodeado de todas nosotras y poniéndonos siliconas, todo muy loco, pero real. (risas)
¿Qué recordás del tiempo de la dictadura?
-Era bastante tranquilo en Chivilcoy. O sea, el terrorismo de Estado operó bien en las sombras. Yo trabajaba en “Casa Dani” desde los 13 a los 18 años. Cuando la tienda cierra que la compró El Hogar Obrero, fíjate de los años que te estoy hablando, me quedé sin trabajo. Entonces hice un curso de peluquería que era algo rápido y con salida laboral rápida. El curso lo empecé en marzo y lo terminé en diciembre del 82. A los seis meses ya estaba trabajando. Después siempre fui peluquera. Las que la pasaron heavy eran las de Buenos Aires que ejercían la prostitución.
Es increíble lo que hacían las trans en los carnavales cuando se vengaban de los maridos infieles…
-¡Ay qué placer! Eran los machos nuestros, ¿qué maridos infieles? (risas). Eso no lo podía decir en el documental porque me lincha medio Chivilcoy y me descubría la trampa. Éramos cuatro e íbamos al corso con veinte años y pasábamos delante de… personas… digamos. Veníamos, nos disfrazábamos e íbamos al corso y les hacíamos la vida negra. Yo me disfrazaba de gitana y les decía a las mujeres: “Tu marido tiene una amante, que vive en tal lado”. Entonces, los tipos se empezaban a poner violetas, me apretaban el brazo y me susurraban al oído: “No sé quién sos, pero cállate la boca porque nos van a matar”. Entonces nos volvíamos a cambiar y les volvíamos a pasar adelante. Para ellos, las mascaritas nunca habíamos sido nosotras, porque nos veían al comienzo y al final del corso. Una vez a uno hasta le conté que a mí las mascaritas me habían hecho lo mismo. Nunca le dije que fui yo. Imagínate cómo nos camuflábamos. Teníamos un disfraz para cada ocasión. (risas)
¿Cómo afectó el sida a la comunidad trans local?
-Eso fue brutal. Charo fue la primera mujer que se conociera en Chivilcoy que tenía HIV. En el diario local pusieron una foto de ella en la habitación con el titular “Travesti con sida en el hospital de Chivilcoy”. Fue muy discriminada y perseguida por eso. Como sabía que siempre la estaba esperando la policía en la estación de tren de Chivilcoy cuando llegaba de Buenos Aires, el padre de Charo la iba a buscar en auto a la estación de Suipacha. Cuando el tren paraba en Suipacha, el padre la traía en remis hasta Chivilcoy para que no vaya presa. Era perseguida y discriminada por ejercer la prostitución y por haber contraído HIV. Ella murió a los treinta años. Un tiempo antes le habían hecho un allanamiento en la casa para encontrar siliconas. Una policía se lo advirtió un día antes y ella llevó todo a la casa del padre y no encontraron nada.
En un momento del documental, mientras en la televisión están pasando noticias sobre el coronavirus, vos mirás fotos y evocás tus pérdidas. ¿En qué compañeras pensás que perdiste por el sida, por las siliconas, por el coronavirus?
-En Charo, en Pía que era todo un personaje, la gorda, y que tanto ayudó a que hoy las trans tuvieran sus derechos, tuvieran el cupo laboral que este gobierno quiere sacar, que tuvieran el DNI que te otorga la identidad, que tanto ayuda en la vida, incluso en la vida cotidiana. Yo nunca me olvido cuando iba a cobrar algo, por ejemplo, la pensión de papá y algún cajero me decía: tiene que venir el titular. “Soy yo”, decía. Y él bajaba la cabeza. Tantas situaciones vergonzantes.
¿Cómo conociste a tu marido?
-Por intermedio de otra amiga trans que usaba pelucas y que trabajaba de prostituta. Una tarde viene a buscar una peluca y vino con un chico que me quería conocer. Yo nunca salí con nadie si no venía con referencias. Vino una tarde y nunca más se fue. Digo, hasta que se lo llevaron los problemas cardíacos. No fue todo color de rosa, pero fue una linda historia con él.
¿Qué mensaje le darías a una niña trans de un pueblo chico o una ciudad pequeña?
-Simple: que sea siempre auténtica y que piense en ella y no en los demás. Como dice la Agrado de Almodóvar, para ser trans, hay que ser auténtica. Lamentablemente la gente se fija mucho en la vida de los otros y juzga, critica. Entonces, querete vos, aceptate vos. Después pensá en los demás. Es el mismo mensaje que yo les daba a las chicas cuando estaba en la peluquería y se ponían de novio. A los pibes los conocían en minifalda en un boliche, después que la pollera corta no porque es de puta, que el escote no porque se te ven las tetas. Nunca hay que dejarse anular por otra persona. Ese mensaje les daría. Que sean ellas.
“Pamela” (Argentina, 2023) Documental LGTB. Dirección y guion: Marina Carrasco y Daniel Muchiut. Con Pamela Poletti. Se exhibe el sábado 23 de noviembre a las 21 hs en el Centro Cultural Thames. Thames 1426. Entrada gratuita.
Entrevista de Adrián Melo, para Página12
Publicada con autorización de su autor.