La desocupación, la subocupación, trabajo informal y el empobrecimiento de la clase media ha llevado más gente al hospital público municipal. Y la seguridad social, que debería reducir las desigualdades de los ingresos, no escapó a las reglas del mercado. Las obras sociales cubren la atención médica de los trabajadores en relación de dependencia declarados por las empresas hasta tres meses después de perder el empleo. Y como gran número de la fuerza laboral está desocupada y muchos asalariados están en negro, carecen de obra social, por lo que obligadamente deben atenderse en el hospital público.
El sistema de salud reúne un cosmos con diferentes efectores. La Salud Pública, se concibe para que incluya a todos y debería ser garante de la salud de toda la población, un espacio donde no quedaría nadie excluido. Dentro de ese círculo aparece el subconjunto de las Obras Sociales, destinado a los trabajadores y sus familias, definidos por los gremios. El otro subconjunto es el del sistema de Salud Privada, optativo y destinado a los sectores medios/altos y altos según sus ingresos.
La manera en que se financia la Salud Pública es por cuenta del Estado, básicamente por los fondos que reúne mediante los impuestos, ya que tanto por la administración de los recursos como por el manejo de políticas es el Estado quien debe velar por la salud de la población. El servicio de salud que ofrece el sistema de las Obras Sociales se solventa por el aporte de los trabajadores y las contribuciones de los empleadores, referido al sector del empleo formal registrado. El sistema de la Salud Privada se define como un esquema empresarial en el que un producto es ofrecido y los clientes que pagan por él lo hacen así posible.
Este esquema de prestación del sistema de salud implica una superposición de dos y hasta tres tipos de coberturas, encontrándose mucha gente que cuenta con el beneficio de su Obra Social pero utiliza alternativamente ese servicio y el Hospital Público. También el caso de muchos contribuyentes del Monotributo- pagan algún servicio de Medicina Prepaga y disponen como monotributistas de Obra Social. Todo esto genera desde hace varios años una superposición que hace necesario plantear reflexiones sobre el uso de los recursos.
El Decreto de Autogestión Hospitalaria (Decreto 578/93), con argumentos que apelaban a la competitividad, eficiencia, modernización tecnológica y a una lógica mercantilista entonces imperante, se dispuso la descentralización de los hospitales públicos, dejando a esas instituciones en competencia con el mercado de las empresas de salud. El Estado, solo aportaría la suma correspondiente a los haberes y un subsidio fijo, pero los gastos y costos serían crecientes, por lo que los hospitales deberían acordar convenios de cobro por sus servicios con Obras Sociales, empresas de medicina prepaga privadas, arancelar sus prestaciones y destinar esfuerzos creativos a resolver temas que no formaban parte de su función específica. A causa de esa política, las provincias y municipios sufrían las dificultades de sostener sus sistemas públicos de salud.
El sistema de salud en Chivilcoy tiene particularidades propias que lo caracterizan y diferencian. Con pleno conocimiento de que gran parte de los profesionales ejercen tanto en el Hospital Público como en la Medicina Privada. Desde mediados de la década de los 90 se dio una dimensión al hospital municipal que fue en disminución del rédito privado de la atención de salud. Esto originó progresivamente ciertas “licencias, permisos y uso influencias” entre lo público y lo privado; por todos conocidas pero funcionalmente disimuladas, que tomaron más trascendencias. El sueldo hospitalario que en otros tiempos era un aporte secundario para muchos profesionales, ante la palidez creciente del sector privado, pasó a ser su ingreso seguro y principal. A eso debe sumarse el vaivén de pacientes desde lo público a lo privado y viceversa de acuerdo a conveniencias del contexto, direccionadas y con pleno conocimiento históricamente, no solo de profesionales y directivos o funcionarios, sino también de pacientes que pactan esa manera de ser asistidos.
El aumento de pacientes por el deterioro socio ocupacional, se asocia al empobrecimiento de la clase media con su acercamiento a la salud pública, por incapacidad de pagar cobertura privada, ciertos “plus” exigidos o carencia de obra social.
Así surgieron “convenios de asistencia o formas de prácticas profesionales” que llevaron a arreglos económicos “especiales” con algunas especialidades y servicios, que siempre favorecieron a unos pocos y nada contribuyeron al bien común de los trabajadores de la salud en su conjunto. La retracción de la oferta privada de salud en Chivilcoy debilitó aún más la capacidad de respuesta del sistema, quedando el municipio desde hace años acorralado ante planteos económicos de los profesionales de salud, sobre todo de ciertas especialidades críticas. En tiempos donde entre la salud pública y privada se han compartido profesionales, directivos y “empresarios del arte de curar” – cuando el contexto y las circunstancias cambian o pretenden cambiar las reglas del juego, si bien el salario no es ni fue nunca magnífico, muchos “protegidos de siempre” sienten que pasan a ser paupérrimos y aprietan el torniquete. Con derecho como todo trabajador a defender su salario, pero sin olvidar el sentido de bien común y sin sentirse dueños del sistema de salud, ni cabalgando sobre lo público y lo privado direccionando el mejor beneficio solo a unos pocos y con los pacientes y sus necesidades como rehenes.
Hay que plantearse que se debe tener un diagnóstico de situación y saber qué proyecto de salud queremos para la ciudad, más allá del gobierno de turno y proyectado a futuro. Saber que se debe hacer política de salud; pero no con la salud hacer política. La Salud Pública en Chivilcoy representa el 45% de su presupuesto total, asistiendo también el hospital pacientes de partidos cercanos, y posee muchas áreas con mayor complejidad y eficiencia que algunos hospitales provinciales. No podemos dejar de reflexionar como municipio, que hospital queremos y que hospital podemos; y sentarse todas las partes a hablar “a calzón quitado”. No propongo confrontación, sí mucho diálogo y máxima sinceridad, con el convencimiento que cada cual debe plantearse qué lugar ocupa o cual quiere ocupar, y que si de lo público y bien común hablamos muchas veces son necesarios ciertos renunciamientos a ambiciones personales y exaltar actitudes, proyectos y políticas que garanticen igualdad y bienestar para todos.
Guillermo R. Pinotti.