Hace tiempo, en momentos de filosofía de sobremesa, analizábamos con algunos amigos sobre la telepatía. Y la sabia conclusión fue la fortuna que la raza humana ha tenido, en que tal sexto sentido se haya perdido -si alguna vez esa propiedad estuvo presente. Realmente, poder leer el pensamiento del prójimo y que el nuestro sea interpretado por terceros, habría llevado a conflictos permanentes, querellas y situaciones encontradas donde los buenos vínculos interpersonales y la amistad misma serían un imposible. Imaginarse un encuentro de buenos conocidos donde uno saluda con muestras de afecto al otro y un efusivo abrazo, mientras simultáneamente piensa: “Justo ahora llega este plomo cuando yo tengo que salir”- sería un ejemplo donde la telepatía macabra terminaría con cualquier amistad. Y situaciones como esta a todos nos han pasado.
Esta hipótesis de la telepatía, hoy podría sustituirla el celular, si nos animamos a blanquear su información con cada uno de quienes nos rodean. Una reciente película dirigida por Álex de la Iglesia llamada “Perfectos desconocidos”, desnuda esta realidad de todos. Siete adultos, amigos de toda la vida, comparten una cena y un juego que consiste en dejar los celulares encendidos intercambiados entre ellos con roles cambiados durante toda la noche. Abiertos y expuestos así cada uno por estas maquinitas, irá mostrando la endeble ética de cada uno de ellos y a la vez poniendo de manifiesto los prejuicios morales de una sociedad que los devora. La infidelidad, la paternidad, la profesión, la sexualidad, el trabajo; se desnudan a las miradas y a los oídos de los demás. Deja ver el film como estos aparatitos “dioses digitales virtuales” dejan expuesta la realidad de hombres con sus debilidades, y con sus secretos íntimos.
Decía el escritor García Márquez que todos tenemos una vida pública, una vida privada y otra vida secreta. La vida pública es la abierta para todos; la privada es la que aun siendo parte de la intimidad – puede a voluntad – pasar a ser pública alguna vez. Y la vida secreta es aquella que, también siendo intima, duerme (o se decide que debe dormir), escondida en un rincón de la conciencia. Aunque parece acertada la descripción de Márquez, la imprevisibilidad de ciertos hechos y circunstancias y la subjetividad del pensamiento humano, hace que mucha gente ya no entiende que hay que tener secretos, que no tiene nada de malo guardarse algo de vez en cuando, tanto si es un secreto feliz como si es un secreto terrible.
Narra la historia del cristianismo la sentencia de Jesús ante un hecho considerado contra la ley de entonces que condenaba a morir apedreado al caído en un error: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos.
Me sorprende la voracidad de la gente despedazando a personas que, por desventura, infortunio o error, dejaron escapar parte de sus secretos. Y tras esos secretos develados sufren no solo los intérpretes de los mismos, sino también todo su entorno afectivo: familia, hijos, amigos. No pensamos que, difícilmente, ninguno de nosotros habilitaría la película íntegra de nuestras vidas sin hacer antes alguna censura o algún corte. Porque de alguna u otra manera, con un argumento u otro… todos tenemos una vida secreta.
Guillermo Pinotti