Más allá del caso particular, la subrogación de vientres se erige como un ejemplo de la creciente mercantilización del cuerpo femenino, planteando un serio interrogante sobre los derechos humanos y el retroceso en la lucha por la autonomía de las mujeres.
Hace unos días, Marley ofreció una entrevista en la que reveló detalles sobre el nacimiento de su última hija a través del proceso de subrogación de vientre. Durante la conversación, entre risas, dio a entender que priorizó sus propios deseos personales por encima de la salud y el bienestar tanto de la madre de su hija como de la bebé misma.
Estas declaraciones no solo podrían interpretarse como una falta de consideración hacia la madre, sino que también reflejan una problemática profunda en nuestra sociedad actual. Mientras se proclama públicamente un compromiso con los derechos de las mujeres, a menudo se encubre un proceso de deshumanización y borramiento de las mujeres como sujetos plenos, lo que representa un retroceso significativo en materia de derechos humanos.
Si bien Marley salió rápidamente a aclarar sus palabras y manifestó haber sido malinterpretado, lo cierto es que lo hizo debido a la polémica suscitada, especialmente en redes sociales, donde las opiniones se dividieron entre defensores y críticos. Independientemente de sus aclaraciones, el tema de la subrogación de vientre sigue siendo altamente controvertido. Esta práctica, que no es legal en todos los países, plantea serios debates a nivel social, económico y ético, pues tiene implicaciones profundas sobre los derechos de las mujeres.
La subrogación representa un claro ejemplo de mercantilización del cuerpo femenino, lo que atenta contra los principios más básicos de los derechos humanos. Además, permite que personas con alto poder adquisitivo puedan cumplir sus deseos a costa de utilizar el cuerpo de otra persona como medio. Esto constituye un retroceso en la lucha por proteger y garantizar los derechos de las mujeres.
Aunque algunos argumenten que estas mujeres se someten de manera «voluntaria» al prestar su vientre a cambio de dinero, esa perspectiva tiende a justificar prácticas que pueden poner en peligro tanto la vida de ellas como la del bebé. Reducir a una mujer a la función de ser simplemente un «vientre en alquiler» no elimina las implicaciones éticas ni repara el impacto psicológico ni físico sobre ella. Además, surge una gran pregunta sobre la dignidad del niño, que termina tratado como un objeto de convenio o mercancía.
Quizá el hecho de que Marley sea una figura pública carismática explica por qué sus acciones sean más fácilmente perdonadas. Sus redes sociales están llenas de seguidores que respaldan todo lo que hace, mientras las marcas lo eligen para vestir a sus hijos y rodearlo de productos para ellos, quienes desde el momento de su nacimiento ya cuentan con sus propios perfiles virtuales. Sin embargo, más allá del caso puntual, este tema debería motivarnos como sociedad, y especialmente a las mujeres, a replantear profundamente nuestras posturas y tener una discusión sincera. Es necesario dejar atrás los discursos vacíos diseñados para la tribuna y abordar con seriedad las dimensiones éticas, sociales y humanas que este asunto plantea. No podemos permitir que nos sigan borrando.