“…todos los que estamos acá sabemos que nadie que nace en la pobreza en la Argentina de hoy llega a la universidad». María Eugenia Vidal
“Combata al hambre y la pobreza: cómase a un pobre” Nicolás Dujovne
«la única manera de que no haya cartoneros es que no haya cartón» Horacio Rodríguez Larreta
“La búsqueda de disminuir los desequilibrios básicos tiene que estar acompañado por comedores abiertos 7 días por 24 horas.” Miguel Ángel Broda, economista asesor de Mauricio Macri
El mundo es un sistema. Al menos funciona sistemáticamente regido bajo el ideario capitalista.
Desde el punto de vista cultural, los individuos interactúan en la sociedad sumergidos en un mar de diversidad. Cada cual dependiendo de la época tendrá diferentes maneras de interpretar el mundo, diferentes visiones de la realidad y distintos conceptos o valoraciones sobre el entorno social y político, lo que empuja a los seres humanos a tener conductas o formas de actuar ante una variedad de hechos. Cada uno elige qué postura toma ante determinada situación, por ejemplo ante la muerte, la educación, la salud, la política, las creencias, la economía, la religión, la filosofía, la moral. Esta visión del mundo es lo que se llama cosmovisión.
Las cosmovisiones son mecanismos complejos de pensamiento, difíciles de cambiar y en general contienen un imaginario estructurado que inspiran paradigmáticamente el marco de las ideas y la forma de ser o actuar, lo que Anthony Giddens lo llamó conciencia práctica.
Al mismo tiempo que una cosmovisión sostiene la teoría del derrame, es decir, que la acumulación de riquezas genera progreso y desarrollo (postulado que nunca se cumplió), otra entiende que la distribución de la riqueza es un rol que debe asumir el estado mediante políticas públicas, sobre todo cuando la mano invisible del mercado genera inequidades.
Desde el punto de vista de las ciencias sociales los seres humanos somos construidos. Lacan decía que “los sujetos no hablan sino que son hablados”. En este modelaje interviene la ideología impuesta por distintas instituciones o dispositivos políticos, morales, religiosos, comunicacionales. De acuerdo a la forma en la cual operan estos mecanismos, se puede rechazar fervorosamente los pensamientos de los demás.
La misión humanitaria
David Livingston (1813-1873) fue un médico, explorador y misionero británico que llevó la doctrina liberal humanitaria al continente africano. Allí luchó contra la esclavitud y realizó informes sobre astronomía, biología, zoología y botánica, hasta que murió en Zambia al enfermar de malaria.
Si bien no pensaba en manipular a otros, sus prácticas demuestran que las personas humanitarias arriesgan todo por lo que ellos creen que es beneficioso para la sociedad. Livingston comprometió su vida dejando de lado su fortuna y su cómoda situación en su país de origen.
Este es uno de los pensamientos preponderantes del siglo XIX. Entre otras cosas se sostenía que el trabajo era una tarea civilizadora y pilar fundamental del lazo social. Adam Smith es uno de los que representa esta teoría. Con su doctrina aparece la idea de evolución hacia el progreso de las sociedades no civilizadas o escasamente desarrolladas. Aunque parezca raro la palabra evolución no surge llamativamente con la biología sino desde la economía política, las ciencias sociales y la filosofía.
Uno de los aspectos que caracterizó esta etapa es la aparición de la tecnología, acerca de la cual se inscribieron relatos evolutivos y de desarrollo. Esta fue una coartada que utilizaron las sociedades europeas para demostrar superioridad y se instaló sin ninguna discusión.
Otro aspecto que se definió como importante en el proceso civilizador fue el derecho, tal es así que los primeros cientistas sociales fueron abogados. Así se consolidó la naturaleza individualista y contractual de una sociedad capitalista en plena expansión.
El derecho es la disciplina que instala la importancia de la familia, el matrimonio, la descendencia, el parentesco y la propiedad privada.
El imperialismo se encargó de diseminar esta ideología liberal por el mundo en forma de misión humanitaria, no solo como una coartada sino como un mecanismo de dominación con profundas convicciones.
Las personas que adhieren a esta filosofía están convencidas de que son las encargadas de enseñar la misión humanitaria a quienes consideran “ignorantes o salvajes”. Ejercían una relación tutelar como la de los padres a los hijos, a los cuales se les enseña lo que está bien y lo que está mal.
La pesada carga del hombre blanco
Durante el siglo XIX y hasta principios del siglo XX occidente llegó a controlar directa o indirectamente el 85% del mundo. En esta etapa de la historia según Eric Hobsbawn, convivían gran cantidad de imperios como fueron Alemania, Austria, Rusia, Gran Bretaña y Turquía; incluso Francia aunque brevemente.
Un imperio, por definición, es un estado multireligioso, multicultural y multiétnico que se expande mediante anexión y mantiene su crecimiento. A partir de la llegada de occidente a América los imperios mantendrán un hambre voraz de conformar colonias.
Ya entrado el siglo XX y luego de las guerras, los estados europeos y EEUU se repartieron el mundo no occidental mediante la colonización y el imperialismo.
Si bien el dominio podía interpretarse como el interés de apropiarse de los recursos naturales de los territorios invadidos, no solo era el ánimo de lucro lo que movía a los empresarios capitalistas en este proceso imperialista, también había impulsos ideológicos, políticos, emocionales, patrióticos e incluso raciales.
A principios del siglo XX el escritor británico Rudyard Kipling, publico un poema llamado La carga del Hombre blanco que describe el punto de vista dominante de la época: racista, eurocéntrico e imperialista. El poeta justificaba como una noble empresa el sentido misionero y la “supremacía del hombre occidental sobre las razas inferiores”. Creía que el hombre occidental había crecido en zonas y condiciones adversas, y que la tecnología que había desarrollado era en base al trabajo y el esfuerzo para vencer a la naturaleza y adaptarla a las necesidades humanas. Eso es lo que hoy llamamos emprendedorismo, fruto del esfuerzo personal. De aquí deriva el juicio liberal de que no está bien que el estado brinde servicios gratuitos o subsidie a los más postergados
Este pensamiento llevó a la explotación de otros seres humanos utilizando mano de obra barata.
La ideología humanitaria busca transmitir los beneficios del mercado e imponer papel redentor del trabajo.
Las teorías conspirativas son una pésima sospecha para analizar los procesos sociales. En general el hombre moderno es desconfiado y supone que el otro es manipulador o malvado. Pero también hay que saber que hay cínicos, perversos y sociópatas profesionales que piensan al mundo como una partida de ajedrez.
Las ideas irreconciliables
Difícilmente, dos miradas opuestas que intenten interpretar el mundo social se puedan reconciliar.
Mientras algunos defienden las políticas públicas a favor de los más desposeídos, otros defienden los intereses del poder económico financiero y del sector que solo le interesan los negocios, la autorrealización personal y la acumulación de la riqueza.
Tanto la postura humanitaria, liberal o posmoderna que intenta dominar a los sectores populares como aquella que desea liberarlos defendiendo el rol director del estado para garantizar justicia social están selladas por una intensa ideología.
Para las derechas, todo intento por alterar la cruzada civilizatoria del hombre blanco como por ejemplo la intromisión del estado en la actividad o propiedad privada, sería como regresar a las etapas de salvajismo y barbarie.
Es por eso que las democracias modernas neoliberales cuyo poder es ejercido por gobiernos de derecha intentan evitar – hasta por la fuerza – que fuerzas populares logren hegemonizar el dominio cultural o del estado.
La intención de que los argentinos marchemos unidos es una pretensión infantil sirviendo solo para encantar los oídos de ingenuas capas sociales despolitizadas.
No se puede consensuar si las mayorías populares quedan desfavorecidas en un marco de dominación de un grupo menor de familias y corporaciones históricamente ricas de nuestra nación, que creen tener el poder imaginario hasta de los símbolos patrios y del ser nacional.
No se obtendrá consenso mientras la elite del poder desprecia a las clases populares compuesta por trabajadores, sindicatos, desocupados, movimientos sociales y partidos políticos mayoritarios a los cuales se intenta vaciar de contenido desde hace más de 30 años.
No habrá cohesión social mientras sean elevados los índices de pobreza, indigencia, exclusión y desigualdad que caracterizan a la Argentina de hoy.
A la vez, es difícil amalgamar la sociedad sin una imagen colectiva que represente qué somos y hacia dónde vamos, sin sentido de pertenencia ni inclusión.
Según Norberto Bobbio, “la razón de ser de los derechos sociales como a la educación, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, son razones igualitarias que tienden a hacer menos grande la desigualdad entre quienes tienen y quienes no tienen, o a poner un número de individuos siempre mayor en condiciones de ser menos desiguales respecto a individuos más afortunados por nacimiento o condición social.”
Lo único que se ha observado en esta oleada de gobiernos neoliberales es una gran confusión, engaños y mentiras con la cobertura mediática pero el sentido patriótico no ha sido perforado aun en un vasto sector social que prefiere soluciones colectivas a las crisis. Mientras tanto el deseo pueril de caminar todos los argentinos reconciliados en un gran acuerdo nacional es una utopía de la derecha conservadora.