El ideal del hombre argentino de hoy, y sobre todo del joven, es único e inconfundible: «Ser vivo».
El gran mal de un pueblo es cuando sus gobernantes sustituyen los valores éticos reales por su “viveza”. Aunque parezca increíble. Moral por viveza. La desconfianza, la indiferencia y el escepticismo argentino, le deben mucho a esta “forma de ser”. Un Estado gobernado generalmente por “vivos” que se ha comportado como un padre prostituido, que exige moralidad y respeto a sus hijos.
Es un interrogante en Argentina porqué el tramposo es un vivo y el justo es un gil. Un país donde la capacidad, la inteligencia, la formación profesional y experiencia no alcanzan: sobre todas las cosas hay que ser “vivo”. Y en estas circunstancias la mentira se incorpora como una herramienta estructural que algunos llaman “cintura política”.
Así, a través del tiempo, se ha arraigado en el pensamiento social del pueblo: “si no sos vivo no llegas a nada”. Y así estamos. Lo peor es que ni el paso de los años ni la experiencia pueden con esto. Y la corrupción es el tema principal de las democracias en el futuro.
Ya a mediados del siglo pasado sociólogos, psicólogos, filósofos y distintos pensadores como Agustín Álvarez, Roberto Arlt y Julio Mafud -entre otros-, trataron de describir y analizar la característica de la “viveza del argentino”. Pero todavía, comenzando el dos mil dieciséis, parece que no es tan sencillo encontrarle solución y que algún corrupto vaya preso.
Mafud consideraba que “la política es el campo más favorable para la viveza criolla… siempre tiene la intención o propósito de aventajar o sobrar a los otros”, y no se equivocó de acuerdo a la historia vivida. El efecto social de esta “viveza”, aplicado a la política, ha sido y es devastador. En individuos con este perfil, la “viveza” es una necesidad psicológica para probar a cada momento su personalidad sobre los otros y sobre sí mismo. Hay una psicología y una sociología de la viveza.
Los efectos sociales habitan cualquier campo o núcleo de la sociedad. La “viveza” y el “acomodo”, forman parte de todos los niveles sociales, tanto en el accionar de “punteros”, “barrabravas”, “militantes rentados” y todo tipo de “becados políticos” muchos de los cuales forman parte de los conocidos “ñoquis”.
Y los realmente carenciados, prisioneros en un sistema asistencialista que no les permite igualdad de oportunidades desde siempre, no tienen otra alternativa que pactar muchas veces en estas condiciones.
La “viveza” es de efectos más peligrosos si la realizan instituciones u organismos en medios colectivos: la política, el comercio, la propaganda donde se destacan los núcleos que tratan de imponer sus intereses y privilegios.
El estado en este sentido, ha hecho una profesión de la “viveza”. El estado Argentino hace viveza criolla cuando trampolina a su favor todos los juicios en su contra. La frase popular lo dice sencillamente: “¿Quién le gana un juicio al Estado?”. La contestación amistosa en estos casos siempre es previsora: “¡Vamos, no seas gil, no te metás!”. O tal vez en otro tono: “¡Tratá de buscar un buen amigo!”.
Las instituciones sociales con su propaganda hacen lo mismo con alguna variante. Lisa y llanamente hacen pasar lo falso por lo auténtico. La política es el campo más propicio para la “viveza criolla”. El político se arroja más vertiginosamente por el camino del acomodo, del amigo o de “la trenza”, que por el de la inteligencia, de la capacidad o el conocimiento.
Los organismos y las instituciones que aplican la “viveza criolla”, son incapaces de comprender los valores esenciales del vivir social y son negadores de todo esfuerzo comunitario o de cooperación. Lo violentamente negativo es que el organismo o la institución necesitan siempre del público, del pueblo.
En esto el proceso social de la viveza es invariable: para el vivo o los vivos (sean hombres o institución, Estado u organismo), el mundo está habitado por una larga fila de víctimas, “puntos” o “giles” que pueden ser explotados o trampeados con facilidad por sus “vivezas”.
Un organismo o una institución que “adopta” la viveza criolla en sus actitudes y en sus acciones es una máquina de defraudación para el público. El núcleo central erróneo de la viveza criolla reside en que cada institución, igual que cada individuo, pretende ser lo que no es y por sus efectos y consecuencias resulta una máquina de valores falsos que desquician el vivir de la sociedad.
Los valores genuinos o auténticos -en los cuales nadie cree- se desvanecen al contacto con la realidad. De ahí que la viveza, desde el punto de vista social siempre es sinónimo de engaño. E incluso como sinónimo de robo.
Es hora de empezar de nuevo, con la experiencia y conceptos dignos de pensadores que nos antecedieron, con capacidad y honestidad… y sin “pasarnos de vivos”.
Guillermo R. Pinotti