Lo llamaban «el hombre de la bolsa». Los chicos le tiraban piedras porque, según sus padres, era una amenaza: si se portaban mal los iba a secuestrar, advertían. Y el destino no era prometedor. Se imaginarían encerrados para siempre en ese auto Siam Di Tella abandonado en el Puente Tres Bocas, en Chivilcoy, donde Oscar Ojeda vivió durante años con la única compañía de perros callejeros.
Allí se cree que lo dejó la policía casi muerto, tras golpearlo y torturarlo, a comienzos de la década de 1970. Sobrevivió, aunque nunca volvió a ser el mismo. Las vecinas de la ciudad lo recuerdan hoy como un galán, al que le bastaba pararse en una esquina para «levantar chicas» y ser el centro de todas las miradas femeninas.
Nada que ver con esa figura monstruosa de pelo largo retratada a contraluz con su cámara por Daniel Muchiut, fotógrafo que se dedicó durante casi dos décadas a registrar la historia de Oscar. Y que logró, incluso, transformarla.
Las 85 fotografías realizadas entre 1998 y 2016, que se exhibirán desde el 27 de este mes en Fototeca FOLA, testimonian ese largo proceso con final feliz, que le permitió al «hombre de la bolsa» recuperar su identidad y su familia.
Nacido en Misiones en octubre de 1950, Oscar llegó a Buenos Aires a los 5 años con su madre y dos hermanos: Irma, de tres años, y Raúl, de dos. «Cuando llegamos a Tortuguitas, veníamos con una valija marrón. Dice mi mamá: golpeá la puerta. Golpeo la puerta de mi tío, el hermano de mamá. Entramos y volvimos a salir, y mamá ya no estaba», recuerda Irma en La vida de Oscar, documental producido por el Colectivo La Confianza, que acompañará la muestra curada por Gabriel Díaz.
Cuando pudo, la madre volvió a buscarlos. Pero ahora tenía una nueva pareja, y la convivencia de los chicos con el padrastro no fue fácil. Oscar tenía ocho años y Raúl cinco cuando fueron llevados a un juzgado de menores en La Plata, desde donde viajaron a distintos orfanatos: Raúl a Olavarría y Oscar, a Chivilcoy. «Titi no me dejes solo por favor», le dijo Raúl a Oscar, llorando.
«Nos agarraron de la mano y nos separaron. Yo me daba vuelta y lo miraba, hasta que no lo vi más. Lo busqué tanto tiempo… Durante muchos años pensé: ‘Cómo no me busca mi hermano’. Después me di cuenta por qué no me buscaba», recordó Raúl a LA NACION desde Zárate, donde vive ahora, con la voz entrecortada por la emoción.
Recién volverían a reencontrarse 58 años más tarde. Gracias al acercamiento desprejuiciado de Muchiut y a la voluntad de Irma, que invirtió su primer sueldo como empleada doméstica para ir a visitar a Raúl. «La conocí a los trece años, ni me acordaba de que tenía una hermana», confesó este último.
Para entonces, a «Titi» le habían perdido el rastro. Cuando dejó el orfanato, Oscar trabajó fabricando ladrillos. Tenía novia, amigos. Hasta que lo apaleó y lo torturó la policía, nadie sabe por qué. Durante décadas vivió en el auto abandonado pero también en la calle, en taperas, pensiones, bajo chapas y plantas. Se alimentaba de lo que le daban, pero jamás pidió nada. Tampoco robó ni reaccionó a los piedrazos.
«Oscar es una de las personas que más me han marcado en mi vida. Nunca hizo nada indigno, y con su silencio me hizo replantearme muchas cosas. Sostener una vida durante treinta años, solamente acompañado por los perros, habla de una sabiduría y una fortaleza nunca vistas» dijo Muchiut a LA NACION desde Chivilcoy, donde trabaja en una pequeña imprenta desde que era adolescente.
Nunca pudo vivir de la fotografía, pese a la calidad de los ensayos que acumula en su sitio web. Son conmovedoras fotos en blanco y negro de perros, niños, ancianos. Retratos de la vulnerabilidad en carne viva.
«Esto fue un milagro. Pero yo no creo que el arte pueda cambiar el mundo, todo lo contrario. La vida siempre te pasa por arriba -agrega Muchiut-. Yo vengo de una condición humilde, y siempre quise que mis imágenes reflejaran ese sector de la sociedad a la cual represento. Me gustaría que mis fotos fueran una pequeña voz. Que narren esas historias fascinantes que muchas veces quedan ocultas.»
Es lo que probablemente hubiera ocurrido con Oscar si no fuera por él, por la familia que no se cansó de buscarlo y por el vecino que llamó a una ambulancia en 2003, cuando lo encontró en la calle casi inconsciente. Tenía neumonía. El hospital recomendó trasladarlo al hogar de ancianos municipal, donde aún vive.
Hasta allí fueron a buscarlo hace dos años Irma, Raúl y sus sobrinos cuando se enteraron de que estaba vivo, gracias a la promoción en Facebook del documental inspirado en su vida. Aunque viven en ciudades distintas, desde entonces se visitan cada quince días y celebran juntos los cumpleaños. «Cambió como el día y la noche -señala Muchiut-. Vive con lo que tiene puesto pero descubrió una familia hermosísima, que lo adora.»
Una lupa sobre la humanidad
La vida de Oscar abrirá al público el 28 de junio desde las 12 en Fototeca Fola (Godoy Cruz 2620), junto con El fantasma de la libertad. Fotografía y encierro, muestra curada por Rodrigo Alonso que incluye obras de grandes fotógrafos como Sara Facio,Alicia D’Amico, Eduardo Gil, Adriana Lestido, Ataúlfo Pérez Aznar y Helen Zout, entre otros.
«Dentro de los numerosos temas que han atraído la atención de los fotógrafos argentinos, el encierro pareciera ocupar un lugar singular -dice Alonso-. Quizás debido a que, al ver el tratamiento que damos a las personas más vulnerables o apartadas de las normas que nos rigen como colectividad, podemos evaluar la calidad humana de la sociedad en la cual vivimos». [La Nación]
Por: Celina Chatruc