Sirvan estas modestas palabras para expresar mi adhesión al sentido adiós que desde distintos ámbitos se brindara a Juan Antonio Larrea.
Conocí a Juan allá por el año 1978, cuando intercambiábamos libros, consultas y opiniones para rendir algunas materias de la carrera de abogacía, en la Facultad de Derecho de La Plata. Con empeño, y quitando horas a familia y trabajo, alcanzó el honroso título de Procurador.
Con ese mismo tesón, y en base a sus innatas capacidades, fue insertándose en diferentes espacios culturales, sociales, educativos, literarios, periodísticos y de investigación.
Cultor del bajo perfil, su voz monocorde acompañaba un andar sin estridencias. Juan se imponía desde sus conocimientos, desde sus convicciones y desde la pasión que ponía en cada camino que emprendía.
Mi memoria no recuerda varios casos como el suyo. Dueño de una increíble versatilidad para hilvanar una poesía, elaborar un relato histórico, presentar un trabajo de investigación, escribir un libro, deleitarnos con ilustraciones, esculturas, participar activamente en medios periodísticos, y trabajar arduamente en instituciones culturales de esta comunidad, entre otras facetas y actividades.
Pienso que no hemos dado a tan valiosa y profusa obra su verdadera dimensión. Y que tal vez por aquello que lo urgente posterga lo importante, nos privamos como vecinos de agradecerle en vida tanta entrega generosa y tamaño aporte a la cultura y a la historia de nuestra Patria Chica.
Muchos pasamos por este mundo sin dejar siquiera una pequeña huella. No ha sido el caso de Juan Antonio Larrea. En un poema, en un dibujo, en un libro, en una frase, siempre estarán presentes su voz pausada, su andar sin estridencias y esa pasión que derramó sin retaceos en cada camino recorrido.
Horacio Alberto Vero