Había una vez un país, del siempre lo mismo y el más de lo mismo, donde siempre ganaban y se enriquecían los mismos y, siempre perdían, se empobrecían y se fundían, los mismos de siempre…
Un país, donde las crisis y los consiguientes ajustes, los soportaban y sufrían exactamente los mismos; mientras los responsables directos de aquellas crisis quedaban siempre libres de culpa y cargo…
Un país, donde abundaban las palabras, las alocuciones, los anuncios y las expresiones verbales, y se habla mucho, siempre de lo mismo – demasiado y repetido chamuyo -; pero transcurrían los días, las semanas, los meses, los años, las décadas y la vida de la gente y, en definitiva, a la luz de los resultados reales y concretos, no cambiaba en la práctica, nunca nada…
Y acaso, sin saberlo ni tener conciencia de ello, ese país estaba eternamente condenado, como una maldición o un karma, al fatal círculo vicioso del siempre lo mismo y el más de lo mismo, porque se hablaba, se hablaba mucho de las mismas cosas de siempre; los problemas esenciales, eran siempre los mismos; se embaucaba, entretenía y envolvía permanentemente a la gilada, con distintas pantallas televisivas y cortinas de humo y, al final, al final, no cambiaba nunca nada y resultaba todo, todo, lo mismo de siempre…
¿Por qué siempre lo mismo? Porque ese era el gran y colosal negocio: no cambiar nunca, nunca nada…
Había una vez un país / con broncas y pesimismo, / donde aunque el tiempo rajara, / siempre era más de lo mismo… / Un país rico y pulenta, / de cuore bomba y pujante, / que por tanto chanta y chorro, / nunca salía adelante… / Un país que había perdido, / – fulera y negra noticia -, / los valores más debutes, / la verdad y la justicia. / Un país donde ganaban / el garca y el atorrante, / y siempre, siempre perdía / el mistongo laburante… / Un país donde el ajuste / lo pagaban los otarios, / y los reyes del afano / jugaban de millonarios… / Un país sin un presente / ni un sol posta del mañana, / en donde a los delincuentes / jamás se mandaba en cana… / Un país en que faltaba /el espíritu fratelo, / pro sobraban los curros, / las matufias y el camelo… / Hasta que un yorno, e pronto, / – lo batieron mil gargantas -, / se piantaron los piratas, / los bolaceros y chantas. / Y florecieron, después, / el abrazo del gomía, / el amor claro y chipola, / la forte unión, la alegría… / Florecieron la sonrisa, / la educación, la enseñanza; / el buen morfi, en cada mesa, / el laburo y la esperanza. / Quiera Dios, que esta parola / de canchera honestidad, / en nuestra triste Argentina, / se pueda hacer realidad… / Me despido de la barra, / y colorín, colorado, / con el saludo más piola, / el chamuyo ha terminado.
Procurador Carlos Armando Costanzo, fundador y director – organizador del Archivo Literario Municipal y el Salón del Periodismo Chivilcoyano, y miembro correspondiente de la Academia Porteña del Lunfardo.