En un país donde los escándalos mediáticos giran alrededor de romances de celebridades, peleas de vestuario y expresidentes corruptos asomados por un balcón, sorprende —y alarma— que una tragedia que ya dejó al menos 68 muertos por fentanilo contaminado, mientras se investigan muchos más, no sea un tema central en la agenda pública.
La historia detrás del laboratorio HLB Pharma, la empresa responsable de la producción del analgésico letal tiene todos los condimentos para sacudir al país entero: muertes evitables, fallas en los controles, complicidades institucionales y un manto de protección que a esta altura resulta escandaloso.
Lo más grave es que no se trata de un caso aislado. En los últimos años, HLB Pharma acumuló múltiples sanciones de la ANMAT por falsificar productos o etiquetas, falta de trazabilidad y controles deficientes. Sin embargo, eso no impidió que siguiera creciendo como proveedor de organismos públicos. ¿Por qué?
Según distintas versiones, por los vínculos del dueño de la empresa, Ariel García Furfaro, con la política, especialmente con sectores del peronismo. Su socio en el Laboratorio Ramallo, Jorge Salinas, estuvo implicado en la tristemente célebre “mafia de los medicamentos”, un caso de tráfico de drogas y venta de fármacos adulterados que ya había expuesto el costado más oscuro del negocio farmacéutico en Argentina.
¿Cómo puede ser que esta masacre silenciosa, porque eso es lo que es, no ocupe horas de televisión ni las portadas de los grandes diarios? ¿Qué explica este escandaloso silencio? ¿Será que los responsables tienen amigos poderosos en los medios, en la política, en la Justicia?
Los grandes medios, que deberían estar al frente de esta denuncia, eligen mirar hacia otro lado. Porque denunciar implica apuntar contra empresas con contratos millonarios, contra funcionarios que miraron para otro lado, y contra empresarios con estrechos lazos con el poder.
Y mientras tanto, los muertos siguen sumándose. Personas reales, con nombre y apellido, que confiaron en un sistema que les dio la espalda. Una tragedia que, por su magnitud y por lo que revela, debería escandalizar al país entero. Pero no. Porque en la Argentina de los pactos de silencio, el verdadero escándalo es que esto no sea un escándalo.
Y, por otro lado, esto es un llamado de atención sobre lo que dejamos pasar, lo que no exigimos, lo que no gritamos. Porque si 68 muertos no son suficientes para generar un escándalo nacional, entonces el problema no es sólo el fentanilo contaminado. El problema también somos nosotros.