Nunca supe cuándo ni quién bautizó como “Fatiga” a Norberto Ángel Corredatto, que hace pocos días partió en silencio hacia el limpio cielo del descanso en paz.
Yo lo conocí en los tiempos muy lejanos de mi adolescencia, desde las tribunas del viejo Estadio Municipal y de la cancha de Gimnasia, en aquellas épocas donde mi querido Cerámica paseaba su fútbol de jerarquía de la mano de Pocho García, el Chilo Peña, Copete Malespina, Cacho Gandolfo, el Tero Magnetto y el Cabezón Lausano, entre otros enormes e inolvidables jugadores.
“Fatiga” era el dos. Un tiempista de excepción. Daba la sensación de que no llegaba al anticipo. Y sin pegar una patada, lo hacía primero. Daba la sensación de que no llegaba al cruce. Y sin pegar una patada, lo hacía primero. Casi sin despeinarse. Un lujo. Un crack.
Tuve el placer y el honor de compartir entrenamientos y ciertos partidos amistosos cuando en mi intrascendente etapa como futbolista me calcé la camisa blanca con la franja azul cruzando el pecho. Me decía “Verito”.
La vida me llevó a verlo años después brindando su amor, su paciencia y sus cuidados a las flores que adornaban y vestían de fiesta los caminitos de la Plaza Mitre. También el destino me hizo encontrarlo una y otra vez por las calles del pueblo, al ritmo cansino de su inseparable bicicleta. Y a mi saludo de “¡Hola Maestro!” respondía afectuosamente “¿Cómo andás, Verito?”.
“Fatiga”. El buen tipo. El del paso lento. El de la voz pausada. El gran defensor. Seguramente, si en la selección del Cielo se lesiona Perfumo, es seguro que te convocan para reemplazarlo con tu eterna elegancia de Mariscal.
Siempre describiendo a los amigos como son , con los conceptos justos, abrazo grande.