Corría el año 2005, cuando andábamos por las calles visitando amigos, repartiendo besos, compartiendo abrazos, sumando energías, concretando proyectos y, sobre todo, no teníamos horarios para encerrarnos.
Ese año llegué a Chivilcoy, y debo agradecer a la esquina de Lavalle y Chacabuco, que me dio la oportunidad de conocer a su gente. Una tarde se apareció en mi negocio una señora de cabellos blancos, después de comprar no recuerdo qué, terminamos hablando de arte, de sus salidas culturales o de sus viajes a Buenos Aires para ver teatro.
Yo le hablé de fotografía, ella me llevó al cine, intercambiábamos lecturas. Los clientes llegaban, hacíamos una pausa en la conversación, no sé por qué, no quería que se fuera, mientras atendía, ella sonreía y no había persona que no la saludara. Ese día me trajo suerte, algunos, al verla desde la ventana, entraban por ella y terminaban consumiendo. Antes de irse, me dice con orgullo: Soy actriz, sonreímos y me dejó pensando.
Pasaron los días, las visitas continuaron, la invité a tomar asiento, entre chocolates y cafés me contó la historia del teatro de Chivilcoy, y en los matices de su voz, descubrí su pasión. Había debutado en el 75 en la Agrupación Artística y seducida por una obra de Halac.
Se fue al teatro El Chasqui en donde conoció a Lucy Lozzi y a Graciela Balleti construyendo lazos que superaron la ficción. Le creí sin dudarlo, algo así le había pasado a mi amiga Juana Hidalgo en Buenos Aires, amaba a Ingrid Pellicori como la hija que su cuerpo no le dio. Celebré su sentimiento, un tiempo después alcancé a experimentar algo parecido.
Me gustaba escucharla, contagiaba sabiduría. Promediando ese año la invité a sumarse a mi primera muestra en la ciudad. Le mostré la serie “En Once” que tanto me costó parir, ella se encargaría de escribir un texto y de leerlo en la presentación de la exposición. Ese día me dijo que estaba nerviosa, hacía tiempo que no se exponía en público, entonces hicimos una pausa, nos miramos a los ojos, nos tomamos de las manos, hablar nos hizo bien, nada malo podía sucedernos, ella sabía que el arte nos atraviesa y con esa emoción sellamos nuestra comunión.
Ese día estaba tan nervioso que hablé como diez minutos. ¡Nene! me dijo, agradeciste tanto que te olvidaste de nombrarme. Le dije que estaba excitado, que era mi primera vez. Me abrazo fuerte, la besé con el alma. Al día siguiente era una fiesta, el barrio se movilizaba para felicitarla, sentí como cosquillas en todo mi cuerpo, porque le sonreí todo el tiempo.
Cuando empecé a dirigir teatro, por lo bajo me susurro con picardía que estaba dispuesta a volver. Días, semanas, meses, estuve gestando un espectáculo sobre la vida de Silvina Ocampo, la escritora argentina que me hizo devorar su obra. Como olvidar esa imagen, con los brazos en alto y tu risa al cielo, cuando te propuse el personaje.
Cada encuentro en tu casa fue un hallazgo, desde el trabajo de investigación hasta como tu cuerpo se transformaba en la hermana menor de las Ocampo, sin dejar de ser vos. Disfrutamos cada función y cada una de ella, fue única e irrepetible, que vive y respira en cada uno de los que hicimos “Té Cuento” y en la despedida, fue como un duelo tanto para vos y para mí que nos llevó un tiempo en soltar.
Después de la inauguración del espectáculo de apertura del teatro el Chasqui con “Hoy como Ayer” nos dimos el gusto de volver a compartir un proyecto más, aún recuerdo los aplausos de todo el elenco cuando te sumaste a los ensayos. Y cuando ya pensabas que no ibas actuar más, llegó “Estaciones” de Adriana Talento, una obra pensada en los corazones que viven en los geriátricos.
Hoy estaba en el teatro cuando me llegó la noticia de tu partida. Cruce la pared, para ubicarme en el escenario y mirar con tus ojos.
PABLO ANCINAS
mientras iba leyendo la nota, me iba imaginando a mi profesor contando la historia. y si…… era él , como extraño el teatro, las clases, mis profes y mis compañeros.