En una preocupante tendencia global, el suicidio se ha convertido en la principal causa de muerte entre mujeres de 20 a 29 años, superando a tumores y accidentes. Un informe de la Universidad Austral enciende la alarma sobre el deterioro de la salud mental, una crisis silenciosa agravada por la pandemia, la presión de las redes sociales y la falta de contención, que exige una respuesta urgente de la sociedad y el Estado.
La pandemia de COVID-19 dejó cicatrices profundas en distintos ámbitos de la vida social. Entre ellas, una de las más preocupantes —y a menudo invisibles— es el deterioro de la salud mental. Un reciente informe de la Universidad Austral encendió una alarma que se replica en otras partes del mundo: por primera vez, el suicidio se convirtió en la principal causa de muerte entre mujeres de 20 a 29 años, superando a los tumores y los accidentes.
“Estos datos, lejos de ser aislados, se inscriben en un contexto de creciente malestar emocional, falta de contención y escasa formación en habilidades socioemocionales”, advierte la investigación.
El suicidio es un fenómeno complejo y multicausal, influido por factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales. Sin embargo, hay elementos que se intensificaron tras la pandemia: el aumento exponencial del tiempo de exposición a redes sociales, la comparación constante con estándares de belleza irreales y el ciberacoso, que golpean con mayor fuerza en la autoestima femenina.
La problemática no es nueva, pero se agravó en los últimos años. En medio siglo, las tasas de suicidio crecieron un 60 % a nivel mundial. Según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2025 el suicidio ya es la tercera causa de muerte entre adolescentes y jóvenes de 15 a 29 años.
El dato interpela a familias, instituciones educativas y al Estado. No se trata solo de estadísticas: detrás de cada número hay historias truncas y comunidades que cargan con el dolor del silencio. La urgencia está en generar redes de cuidado, en promover la educación emocional y en abrir espacios de escucha.
Porque si algo demostró la pandemia es que la salud no puede reducirse al cuerpo: la mente también necesita contención, acompañamiento y políticas públicas a la altura de esta crisis silenciosa.
A.V.