El hincha fanático de Boca, que con solo mirarme desde la vereda de enfrente me cargaba como un pibe haciendo una travesura.
El Pato.
El que sentía orgullo por su amado barrio de la Plaza Mitre.
El que disfrutaba y compartía su bohemia en las largas noches de Don Pedrín entre amigos, anécdotas y vino tinto.
El memorioso que conocía al milímetro la historia de cada rincón de su pueblo: “Hace cuarenta años, acá había una panadería”, hace cincuenta, vivía don González”, y hace sesenta, estaba el boliche de Torres”.
El hombre pintón y elegante, de barba y bigote, y una pipa que por décadas le adosó un aire intelectual y distinguido.
El narrador de episodios y dichos pueblerinos con lujo de detalles.
El excelente vecino. Amable y servicial. El buen tipo. El buen hijo. El buen esposo. El buen padre.
El cultor del bajo perfil, que al pisar las tablas de “El Chasqui” o de otros escenarios dejaba al descubierto sus dotes de gran actor.
El hincha fanático de Boca, que con solo mirarme desde la vereda de enfrente me cargaba como un pibe haciendo una travesura.
El peronista de Perón y Evita. El del humor irónico y el del chiste sutil. El amante de la buena música.
El Pato. El querido Pato. El inolvidable Pato.
Algunos lo llamaban Hugo Osvaldo Dipierro. Esos, no lo conocieron.
Horacio Alberto Vero