El pasado sábado 22 de octubre se estrenó en el Museo Lozza, de la ciudad de Alberti, la película documental “La vida de Oscar”; obra del denominado “Colectivo La Confianza”, integrado por Daniel Muchiut, Agustín Manavella, Ignacio Oteiza y Elías Suárez.
El documental narra la vida de Oscar Ojeda, icónico protagonista de una de las obras más contundentes de Muchiut. Alguien con quien el fotógrafo trabajó durante, nada menos, que 18 años.
El trabajo comienza allá por 1998, cuando Ojeda era morador de un paupérrimo espacio en la zona del puente de “Las tres bocas” y donde su persona se mimetizaba con el desolador paisaje del lugar. Es en éste lugar donde, a mi juicio, se gestan las más duras imágenes de “La vida de Oscar”. Ojeda y su hosca figura junto a los perros, quizás la más fiel compañía que tuvo a lo largo de su vida, parecen entenderse en un ignoto lenguaje; siempre cerca de él -momentos maravillosamente captados por la cámara de Muchiut, que denotan la cercanía con el hombre y sus animales- y que llevan a jugar con la idea de dónde estaba el fotógrafo al momento de disparar la foto.
Cronológicamente la historia continúa alrededor del año 2000, donde Oscar Ojeda se traslada a una obscura pensión de la calle Humberto Primo, manteniendo la dureza de sus condiciones de vida, pero con el “avance” de dejar la intemperie, tal perjudicial para su salud.
Se intercalan con las fotografías, en la película, los testimonios de aquellos extraordinarios seres que estuvieron cerca del protagonista; apoyando, preocupándose por aliviar sus carencias: afectivas, materiales, alimenticias, de salud -entre otras-.
Vienen a mi memoria Roberto Rubén Micucci (Panadero), Orestes Ramón Lombardo (Jornalero), Martín Domínguez Luna (Carnicero), Waldemar Emilio Ponce (Jornalero), Negrita González (Vendedora).
Hay un par de hilos que entretejen sus testimonios; todos coinciden en que Oscar es un tipo difícil de ayudar. Algunos recuerdan haberle construido un precario toldo de chapas para que pudiera guarecerse de la lluvia y de las heladas, pero Ojeda abandonaba este refugio, como si su cuerpo necesitara de la intemperie. Aparece el recuerdo de la pinta de Oscar y de una novia, cuyo recuerdo se desvanece.
El otro hilo que abrocha los testimonios es el de la coincidencia acerca del abandono y del mal trato al que éste hombre fue sometido. Es allí donde surge el recuerdo de que Oscar es el resultado de feroces palizas y persecuciones por parte de la policía a lo largo de su historia y al maltrato y al desprecio al que era sometido por parte de niños, adolescentes y adultos que lo habían convertido en una especie de “Viejo de la Bolsa” y sobre quien descargaban su furia -o sus angustias- atacándolo a hondazos o piedrazos. Coinciden en que “no tiene todas las luces” producto de esas terribles situaciones.
Permitanmé sumar mi recuerdo personal, viéndolo pasar -doblado por sus bolsas y acompañado por sus perros- por la esquina de Coronel Suárez y Arenales, rumbo a la zona del puente que fue su morada durante mucho tiempo.
2001, 2002. Unas las últimas mudanzas de Ojeda . . . una tapera frente a la fábrica de dulce de leche, de la que sólo puedo citar como referencia que estaba por la zona donde hoy está la Virgen del Árbol. Un nuevo ¿techo? para Oscar . . . y siempre la ayuda de los fieles custodios que la vida -dentro de tanto sufrimiento- como tratando de remedar algo, puso en su camino. Y de nuevo las escapadas del hombre a la intemperie, pero -esta vez- con una mayor preocupación de su gente que veía que claramente su salud se deterioraba a paso firme.
Uno de ellos recuerda -2003- que después de varios intentos, justo lo convencieron antes de una noche en la que cayó una terrible helada, de la que “seguro no salía”, de aceptar internarse en el Hogar Municipal San José.
Allí, poco a poco, la vida de mierda que había llevado pareció entender que la hora de aflojar un poco había llegado. El agua -no la de lluvia-, el jabón, la afeitadora, la ropa limpia, un lugar cálido que lo protegiera del clima, una cama decente y mantas . . . su pava, su mate pasaron a ser los objetos que comenzaron a rodearlo. Pero al alma del hombre obscuro, al que lentamente comenzaba a dejar atrás, el calor que mejor le hacía era el de los otros cuerpos que lo rodeaban, el de las manos generosas que se preocupaban por hacerlo sentir lo que nunca dejó de ser, lo que siempre fue: UN SER HUMANO.
UN SER HUMANO contenido, no UN SER HUMANO cautivo en una linda jaula. UN SER HUMANO que hasta el día de hoy conserva SU LIBERTAD. La de salir cuando quiera, por el tiempo que quiera y la LIBERTAD de regresar. La LIBERTAD de salir con la lista de las compras en la mano y recorrer el barrio trayendo las provisiones para sus compañeros, la LIBERTAD de conversar en su media lengua con el bolichero del barrio, o con el carnicero. O la LIBERTAD de guardar silencio y tomarse unos mates acompañado por sus recuerdos.
Oscar es hoy, en palabras de Muchiut -y a imágenes vistas- el tipo más alegre y divertido del Hogar. El que baila con las enfermeras al son de la música y el canto de otro de los inmortalizados por este Colectivo, Chico Sprint. Es el que colabora barriendo espacios comunes o colaborando en otras tareas.
Es el que -a sus 66 años- pudo estar presente bien vestido y afeitado sentado en la primera fila del Lozza, viendo -sorprendido y quizás por primera vez- en una pantalla como una luz que salía de una cajita dibujaba sobre la tela algunas escenas de SU VIDA.
Si bien la película anuncia, o presagia, el cierre de UN TRABAJO MONUMENTAL, ¿alguien puede asegurarlo?
Gustavo Arrivillaga.