El almacenero.
Como una foto de lejanos tiempos,
o esas postales con sabor añejo,
en algunos barrios o en pueblos pequeños
todavía existen los almaceneros.
Resistiendo al paso de tanto progreso
y a variadas modas de los vientos nuevos,
con la fortaleza de las cosas simples
todavía existen los almaceneros.
Permanecen vivos aquí en mi recuerdo
las voces y nombres de todos aquellos
que -invariablemente- en viejas esquinas
poblaron mi infancia con sus rostros buenos.
Eran una especie de fieles amigos,
de esos que aparecen en el peor momento,
para confesarle callados secretos,
contarle una pena que dolía por dentro,
o pedirle fiado si flaqueaba el peso.
Crueles e insensibles, los años pasaron
y poquito a poco fueron destruyendo
paredes, revoques, los estantes altos,
los frascos de vidrio y los mosquiteros,
la compra a deshora de vino o cuadernos,
y el anotador con “clavos” eternos.
Echaron raíces enormes comercios,
con sus luminarias cubrieron el cielo,
y una tras otra, entre gris y olvido,
las viejas esquinas se fueron muriendo.
Pero, sin embargo, casi por milagro,
tal vez escapados de un mágico cuento,
con forma de oasis en pleno desierto,
desafiando a modas de los vientos nuevos,
en algunos barrios o en pueblos pequeños,
todavía existen los almaceneros.
Horacio Alberto Vero