EDUCACIÓN
“El maestro deja una huella para la eternidad; nunca puede decir cuándo se detiene su influencia”, decía Henry Adams.
“El maestro deja una huella para la eternidad; nunca puede decir cuándo se detiene su influencia”, decía Henry Adams. Lo curioso e interesante es que todos tenemos esas huellas. ¿Cómo se define un buen docente?, fue el interrogante que se planteaba en un blog sobre educación hace unos meses. Las respuestas indicaban que los buenos docentes eran personas empáticas, apasionadas, inspiradoras. Los buenos maestros saben escuchar, ver en la individualidad, tienen sensibilidad social y saben compartir su conocimiento, decían los aportes. Son buenos observadores, pacientes y sabios, logran respeto y generan límites justos.
Sin embargo, resulta valioso pensar en todos estos atributos como desafíos y no solo como elogios. Es decir, que el hecho de lograr todos esos significados para la vida de otras personas, recae también en la responsabilidad de la tarea a realizar. Porque no es todo “color de rosas”. La profesión docente envuelve también algo de angustia. Así lo expresaron varios autores, al hablar del “malestar docente”. Y no se trata de algo propio de estas épocas. Ya en la década de los ’90, José Manuel Esteve, pedagogo español, escribía un libro titulado “El malestar docente”.
Es que la tarea de enseñar conlleva un gran componente de frustración, de soledad, de esfuerzo que muchas veces no se visualiza, o al menos no en el corto plazo. Todo esto, sumado al desprestigio social que fue poco a poco asociado al ser docente, produce síntomas de agotamiento físico y mental, falta de expectativas, entre otros.
Ante esta realidad, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Una posible propuesta sería comenzar a realizar comunidades de práctica en las instituciones y también entre instituciones. Es decir, espacios de interacción que permitan reflexionar sobre la docencia y retomar aquellas “buenas prácticas” que se están realizando en distintas aulas. Experiencias inspiradoras, que estimulen la creatividad y la discusión y puesta en práctica de distintas formas de enseñar y aprender.
En síntesis, nos toca a todos trabajar como sociedad educadora para reposicionar el rol docente, en todos los niveles institucionales. Solo así podremos revalorizar esa huella para la eternidad, para que nunca detenga su influencia.
Martina Valentini
Lic. en Ciencias de la Educación
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