La modalidad a distancia ha ido ganando desde su surgimiento, en la década del ’60, espacios en materia de acceso al conocimiento, a la formación, y democratización de la educación.
La modalidad a distancia ha ido ganando desde su surgimiento, en la década del ’60, espacios en materia de acceso al conocimiento, a la formación, y democratización de la educación. Pasando por distintos formatos y esquemas, tales como el estudio por correspondencia, la enseñanza por telecomunicación, entre otros, ha ido evolucionando en su desarrollo paulatinamente hasta la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), en la década de los ’90.
Por ello, hoy en día la educación a distancia se asocia con la llamada modalidad virtual.
Sin dudas, esta combinación ha sido positiva, ya que ha permitido que muchas personas de distintos lugares del mundo accedan a ofertas de formación que tal vez no estaban disponibles en sus ciudades de residencia.
Asimismo, ha permitido compatibilizar los tiempos profesionales con los personales, familiares y los de estudio, ya que la educación virtual no exige la presencia física en un lugar de manera frecuente, lo que implica reducción de tiempos de viaje, traslado, etc.
Sin embargo, paralelamente, se han ido generando algunos supuestos acerca de la facilidad o la economía de las propuestas de educación virtual que vale la pena cuestionar o, al menos, revisar. A continuación, puntualizaremos algunos de ellos:
La modalidad virtual no exige menos tiempo que la modalidad presencial: En algunas instituciones y sectores se ha pensado lo contrario. Vale aclarar que la preparación de los materiales, la gestión del tiempo de la cursada, la tutoría por parte del docente, exigen tiempos considerables. Esto es así porque la “cursada” o el encuentro no sucede un día y en un horario determinado, como en la modalidad presencial. Más bien, la cursada es todos los días y en cualquier horario.
Esto, a su vez, exige por parte de los estudiantes una mayor capacidad de autogestión del tiempo, de organización para poder abordar todos los materiales y resolver todas las actividades propuestas.
El rol del docente en la modalidad virtual no es el mismo que en la modalidad presencial: Muchas veces se cree que el docente de la modalidad presencial puede convertirse automáticamente en docente virtual, en un simple “acto mágico” de pasaje de materiales de un formato a otro. Ciertamente esto no es así.
El docente debe, en primer lugar, estar familiarizado con las tecnologías, con el entorno en el que se desarrollará la actividad (plataforma virtual, por ejemplo). A su vez, debe preparar los materiales, que no son los mismos que utiliza para la clase presencial-o al menos no deberían serlo-, ya que exigen una adaptación a los espacios propios de ese entorno.
En este sentido, no se trata de hacer de la plataforma un mero reservorio de bibliografía e información, sino más bien de ir generando una propuesta con una determinada organización y secuenciación de contenidos, que se nutra de los espacios y estrategias que ofrecen los entornos virtuales, tales como foros, espacios de escritura colaborativa, etc.
La educación virtual no necesariamente es más barata que la educación presencial: Entendiendo lo antes expuesto, es posible afirmar que la educación virtual no es más económica, ya que exige muchas más horas de trabajo por parte del docente, quien pasa a ejercer un rol de tutor. En este sentido, debe estar pendiente de las interacciones, de las participaciones, de las consultas que pueden darse en todo momento. Debe hacer un seguimiento de cada uno de los participantes.
Estos son algunos de los supuestos sobre los que vale la pena reflexionar para poder concebir una modalidad a distancia o virtual genuina y para lograr el desafío de acortar las distancias, estableciendo la mayor cercanía posible entre el tutor y los estudiantes.
Martina Valentini
Lic. en Ciencias de la Educación
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