María Emilia Villanueva integra un equipo que desarrolla un apósito inteligente con nanopartículas. Tenacidad y paciencia, dos de las cualidades que la investigadora asegura que son imprescindibles para avanzar en la ciencia.
Cuando María Emilia Villanueva terminó el secundario en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, no tenía del todo decidido qué estudiar. Pensó en Medicina, pero finalmente se decidió por Bioquímica. Llegó a Capital Federal -el cambio entre el pueblo y la ciudad no fue fácil, admite, sobre todo a la hora de navegar el transporte público- y, en el medio de la carrera, dio el volantazo y se pasó a Farmacia.
“Decidí volcarme a la investigación medio de casualidad”, admite Villanueva. Como ayudante de Química Instrumental en la facultad, el titular de la materia le ofreció la posibilidad de pedir una beca estímulo, a la que accedió. “Soy muy estudiosa y me gusta saber, pero nunca lo había unido al poder investigar. Yo pensaba en tener una farmacia para volverme a Chivilcoy”, cuenta. Su principal prejuicio con la investigación es que era algo rígido y metódico. “Nada que ver”, dice ahora. “Es un trabajo creativo y en grupo. Hay mucha interacción. Me gusta porque hay intercambio de ideas y el resultado se enriquece por el aporte de todos”, añade Villanueva, que ahora es becaria posdoctoral del Conicet e integra un equipo de investigación en el Instituto de Química y Metabolismo del Fármaco (Iquimefa, Conicet-UBA).
Su foco es la ciencia aplicada. El equipo del que forma parte -compuesto por seis personas- busca un problema o tema a solucionar. A partir de allí, realizan una búsqueda bibliográfica y después, a partir de sus conocimientos, intentan encontrar una forma nueva para mejorar un proceso o encontrarle la solución a algo que todavía no lo tiene. “Es ensayo y error. Muchas veces sale mal y algunas, bien. Hay que ser muy porfiado y cabeza dura”, admite.
Con su equipo, presentó un proyecto que le valió una beca otorgada por L’Oréal y la Unesco. Su desarrollo: un apósito inteligente -en base a hidrogeles de queratina- que, al detectar contaminación bacteriana en la herida libera nanopartículas de óxido de zinc para evitar las infecciones. Cuando hay microbios, cambia el Ph de la herida. Entonces, el hidrogel se hincha, se ensanchan sus poros y se liberan las nanopartículas de óxido de zinc antimicrobianas. El producto es sustentable (la queratina proviene de cuerno de vaca, un residuo de la industria ganadera) e inteligente (no expone al contacto con antibióticos de forma innecesaria, lo que evita que las bacterias se vuelvan “resistentes).
El equipo está en pleno armado del prototipo, pero los pasos hasta que llegue al público son largos. “Una vez que está el prototipo, como es un producto que va a estar con el ser humano, tiene que ser aprobado por la Anmat. Hay distintos requisitos de toxicidad y ensayos a cumplir. Primero con células, después con animales y finalmente se prueba en persona. Ya tenemos el gel con las nanopartículas y estamos probando la actividad microbiana”, cuenta Villanueva, quien asegura que hay que tener paciencia. “No es para ansiosos”, dice.
Para Villanueva, el rol de la mujer en la ciencia, tema en agenda para la sociedad, es importante. “Vamos en buen camino considerando el tiempo que pasó. A mi abuela no la dejaron ir a la secundaria por ser mujer y yo tengo la libertad de tomar mis decisiones. Y son dos generaciones nada más. Es verdad que faltan mujeres en los cargos de jerarquía, pero la mujer ganó un montón de espacios, tanto a nivel laboral como social. Obviamente cuesta, porque somos machistas, pero se está evolucionando a una mayor igualdad”, reflexiona.
Su próximo plan, además de continuar con el desarrollo, es aplicar para entrar a la carrera de investigador del Conicet. “Después, el destino dirá”, concluye.