“Anda plácidamente entre el ruido y la prisa . . . “ parece ser la esencia de la obra de Carlos Armando Costanzo; y digo de “la obra” porque no me atrevo -ni debo- meterme con su vida.
Mientras revuelve papeles, aunque más respetuosamente debería decir documentos, recorre la casa y a través de unos versos en pulido lunfardo Armando nos introduce en el recuerdo de su madre; que como todos sabemos, “hay una sola” y recuerda a su padre como un ejemplo, quien lo insertó en un mundo con valores estrechamente ligados al trabajo, a la honradez, a la rectitud, a la humildad.
Y siguen los recuerdos familiares, sus padres y sus espacios comunes y una prolija recorrida por la casa que lo vio crecer. Hasta un viejo baño, inodoro y bañera incluidos son el punto de apoyo de incontable cantidad de periódicos y recortes periodísticos que narran silenciosamente la historia pueblerina.
Un salón, con bancos escolares y algún guardapolvo colgando por allí, pretenden ser -y lo logran- la reconstrucción de un aula de un colegio de ayer; viejos pupitres con tinteros y pequeñas banderitas nos llevan en un viaje a un tiempo sin Internet, ni netbooks, en que siempre existieron las “cargadas” y en el que bullying todavía no tenía ni traducción.
Para Armando Costanzo, 1994 marca el comienzo de su trabajo cuando logra rescatar más de 70.000 ejemplares del Diario La Razón, con destino incierto luego de que se alquilara la tradicional esquina de Ceballos y Suipacha. La ayuda de su madre y de su esposa, más dos años de trabajo, le permitieron clasificar -más o menos- el invalorable material atesorado.
Carlitos es un hombre de Fe, de una Fe sencilla como él; alejada de los grandes templos, de las grandes catedrales, del lujo, del oro. De una Fe que se practica, no de la que se proclama. “De última la Iglesia es una institución humana, una creación del hombre”.
Este hombre no espera que el reconocimiento le llegue enseguida, sabe que lo que hace es una labor de hormiga, el trabajo de un sembrador; tal vez espera que llegue algún día -aunque yo creo que en el fondo sabe que eso no ocurrirá jamás, que es sólo una utopía- y que, como él se consuela, solamente se llevará “la satisfacción del deber cumplido”.
Sabe que no es eterno y anhela que “surjan vocaciones que continúen con su obra”.
No habla del Chivilcoy del futuro; cuenta entre sus deseos haber podido estar presente en la inauguración del Lago artificial; haber podido conocer a Villarino, alguien a quien admira. Conocer a Perón.
Armando cree sobre su trabajo que un Archivo debe ser algo vivo y que hace todo lo que puede para difundir su labor; no espera que la gente se acerque, él sale a su encuentro con las modestas posibilidades con que cuenta, con las que le brindan. Ama su labor.
Un párrafo aparte merece la música, viejos tangos que acompañan el relato o que llenan pesados silencios.
Me duele el final de la película porque presagia nubes negras, que algunos intuimos, algún día se posarán en nuestro cielo.
Gustavo Arrivillaga
«La memoria en medio del ruido»
Un documental de:
Colectivo “La Confianza»
Muchiut | Manavella | Oteiza | Suárez
Foto de portada: Daniel Muchiut
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