El pasado sábado, dentro de las actividades que se realizaron en el Museo Pompeo Boggio, Fabián Flores y Lali Denezio -integrantes de uno de los talleres que dicta el fotógrafo Daniel Muchiut- hicieron propicia la ocasión para dar lectura a unas sentidas palabras, a modo de recuerdo y homenaje, a la recientemente fallecida Adelina Dematti de Alaye, Madre de Plaza de Mayo.
Adelina, nuestra madre fotógrafa
Hoy, una vez más, nos convoca el arte, pero también la memoria.
Recordar y olvidar son procesos selectivos. Elegimos qué recordar y también qué olvidar; pero no solo debemos pensarlos como procesos subjetivos e individuales, sino -y por, sobre todo- colectivos y sociales. Es una obligación de todos construirla y reproducirla.
Con profunda tristeza, esta semana recibimos la noticia que había fallecido nuestra querida madre y ciudadana ilustre de Chivilcoy Adelina Dematti de Alaye.
Como colectivo de fotógrafos y ciudadanos comprometidos con nuestros tiempos no podemos dejar de recordar hoy el enorme legado que nos dejó Adelina, nuestra “madre fotógrafa”.
El 5 de mayo de 1977 fue secuestrado, mientras daba una vuelta en bicicleta por la localidad de Ensenada, Carlos Esteban Alaye, su hijo.
Ese día en que los asesinos reinaban en una Argentina oscura y atroz, nacía otra historia. La historia de una mujer de hierro, de una madre desesperada que ante las injusticias y adversidades no se quedó allí, y como tantas otras, le hizo frente a los genocidas.
Así nació el archivo fotográfico que poco a poco, día a día –como un trabajo de hormiga incansablemente laboriosa- fue construyendo la propia Adelina.
Como una forma de tener más cerca a Carlos, de eclipsar su ausencia, de rastrear las injusticias con su pequeña cámara casera, fue registrando con su Kodak escondida entre sus prendas, todo aquello que sentía podría ayudarle a estar más cerca de ese reencuentro que nunca llegó.
La grandeza de Adelina se refleja en sus fotos, en su lucha, en su búsqueda incansable.
Esas postales se transformaron en verdaderos documentos de un tiempo que jamás debemos olvidar: las primeras marchas de las Madres -aún sin pañuelo-, las filas de familiares intentando denunciar a la OEA, la peregrinación a Luján de 1980, la desesperación de madres, padres, hermanos. Son imágenes cargadas de intensidad, difíciles de mirar; tomas desprolijas que reflejan las dificultades y el peligro para poder sacarlas. El valor de esas imágenes llevó a la UNESCO, en 2007, a considerar su incorporación al “Registro de Memoria del Mundo”. Pero su valor más importante es la sensación que nos deja al verlas: un verdadero mazazo en la cabeza, un sacudón del espíritu. Imposible no conmoverse al contemplar tanto contenido en tan pocos centímetros cuadrados de exposición.
El archivo es tan grande como la propia Adelina. Tan valioso y revelador como ella misma.
Hoy, ante tanto aletargamiento social y abulia institucional reivindicamos su lucha, su figura, su grandeza, y el mejor legado que nos deja en cada uno de los momentos en que gatilló esa poderosa arma que fue su pequeña Kodak.
Gracias Adelina, tu lucha y la de los 30 mil compañeros detenidos desaparecidos es y será nuestro mejor ejemplo.
y la memoria por los caidos por las bombas de los montoneros?
o esos no murieron por una causa? dejense de pavadas zurdos fracasados
Saludos, facho exitoso!