Cuando María Alaye, hija de Adelina Dematti de Alaye y hermana de Carlos Esteban (desaparecido a los 21 años en 1977), llamó para invitarme a la ceremonia que harían para esparcir las cenizas de su madre en el Parque de la Memoria, comencé a tener la extraña sensación de que Adelina misma estaba por llegar como tantas otras veces antes de 2016, escribiendo muchos mensajes los días previos, cambiando horarios, compartiendo novedades, organizándolo todo.
Estoy convencida de que, cuando mueren personas que han sido tan importantes para otras, no se van del todo. Se quedan de alguna manera mágica en cada uno de aquellos a quienes transformaron. Tal es así que, en situaciones claves de mi vida, aparece la pregunta de qué hubiera hecho Adelina. Y esa presencia a partir de la ausencia, tiene peso en mis decisiones.
Tuve contacto con Adelina a partir de 2010. Durante 5 años en los que fui funcionaria de la secretaría de la cultura nos escribimos con frecuencia por mail. La idea de recuperar esa casilla en desuso comenzó a rondarme. Y no me contuve. Lo intenté hasta conseguirlo. Días después me enteraría que María estaba haciendo lo mismo con los mails de su madre.
Seis años pueden parecer pocos si consideramos los que esa mujer marchó, investigó, reclamó y testimonió en tribunales – debería ser de lectura obligada su libro La Marca de la Infamia (Infojus 2014). Sin embargo, para mí fueron suficientes. Recuperé en esos mails, sus apreciaciones y opiniones; sus logros colectivos y sus enojos; sus proyectos permanentes; la pena que aparecía cuando por falta de coraje para asumir el costo político, algunos no apoyaban algunas iniciativas; sus frases sin terminar. En la mayoría de esos mensajes había preguntas acerca de mis hijos: los resfriados, la varicela, el jardín de infantes: “No dejes de mirar nunca sus cuadernos de clase; van a sentir que te interesás por ellos”, me aconsejaba.
Agradezco haber tenido la oportunidad de estar a su disposición, de verla en acción, de haberla abrazado cuando Jorge, un compañero con quien trabajamos codo a codo, le dijo una tardecita de otoño que su nombre quedaría para siempre en el Complejo Histórico de nuestra ciudad porque era la mujer más importante que había parido este pueblo.
Era insistidora, muy. Ninguna barrera podía detenerla. La desaparición de Carlos había sido un motor imparable. ¿Cómo se explica de otra forma la tenacidad, la fortaleza y la perseverancia para buscar hasta encontrar, 35 años después de la desaparición de Carlos, el único libro de la Morgue de la Policía Bonaerense que no habían destruido? ¿Cómo se entiende el valor y la constancia para entrecruzar los datos de esos libros con los enterrados NN del cementerio de La Plata en el período 1976-1983? Tuvo colaboradores excepcionales en esa tarea como Karen Wittenstein, investigadora, y Ricardo Martínez, médico.
Adelina había sido maestra de primaria y jardín; directora en nivel inicial e inspectora. En momentos de la desaparición de Carlos era preceptora de una escuela secundaria. Recordaba nombres, fechas, acontecimientos, de manera magistral.
Dio su testimonio El 21 de febrero de 2014 ante el Tribunal Oral Federal Nro. 1 de La Plata. Cito de su libro: “Era mi deseo tener durante la declaración una presencia de mi hijo en el escenario de la audiencia. La primera idea que se me cruzó, claro, fue llevar conmigo la pancarta con su foto, como tantas veces –a la intemperie o bajo techo- a lo largo de estas décadas. Pero luego, docente veterana al fin, decidí echar mano a un power point, ese sistema de proyección de imágenes generado desde una computadora. Este recurso didáctico me permitía proyectar fotos de Carlos y también acompañar la exposición mostrando los documentos producidos por la burocracia terrorista de la Morgue Policial platense”.
Más adelante continúa: “Durante demasiados años el olvido nos marcó la vida. Y en el preciso instante de acercar el micrófono para empezar a hablar, reaparece como una trampa que acecha detrás de cada frase. Para ayudarme a ahuyentar esos peligros estuvo junto a mí la psicóloga María Luján Cicconi. Por más atención que se haya puesto en la preparación del testimonio, en el momento de desplegarlo casi siempre se cuela alguna brizna de olvido. Y también a mí me ocurrió. Pero cuando dejé de hablar y la sala coreó: Madres de la Plaza, el pueblo las abraza…me alcanzó la aliviadora sensación de haber cumplido con mi deber lo mejor que pude”. (La Marca de la Infamia, pág 168).
No hay tumba de Adelina Dematti, la Madre de Plaza de Mayo, la ciudadana Ilustre cuyo archivo personal fue declarado “Memoria del Mundo” por la UNESCO en 2007; la doctora honoris causa de la Universidad Nacional de La Plata; la chivilcoyana que nos enorgullece porque pudo demostrar en vida que su objetivo eran esas tres palabras fundantes: Memoria, Verdad y Justicia. No hay tumba de Adelina Dematti, porque se dispersó como polvo de estrellas; y está en el aire, abrazando la idea de que no hay enemigo tan poderoso que pueda vencer al amor verdadero.
Florencia Vaccari
Fotos: Aylen Galiotti