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Corría el 7 de mayo del año 1919 en Los Toldos, ciudad de la provincia de Buenos Aires, partido de Gral. Viamonte. Nadie se imaginaba que ese día vendría al mundo una mujer que cambiaría el destino de las clases más humildes y postergadas y que su nombre trascendería la historia y las fronteras de nuestro país. De la mano de su esposo y compañero, el expresidente Juan Domingo Perón, supo ganarse el amor del pueblo y sembrar un legado imborrable.
La infancia de Cholita, apodo cariñoso puesto por sus hermanas, no fue muy distinta de la de millones de chicos argentinos, sino que estuvo atravesada por las privaciones y las ilusiones de salir de esa situación, de soñar con ese juguete imposible o unas vacaciones en familia. La pobreza será una situación que marcará su vida. A ella nadie se la contó, aprendió muy a su pesar a convivir con las necesidades y a sobrevivirlas. Evita conoció la humillación, los zapatos apretados y rotos heredados de sus hermanas. Soportó la dádiva de las señoras de la “beneficencia” que le acariciaban la cabeza con cierta prevención mientras le donaban, a la vista de toda la escuela, un guardapolvo usado o el vestidito pasado de moda que alguna de sus hijas había desechado.
A 100 años de su nacimiento, aquella niña con los años fue forjando su personalidad convirtiéndose en “la abanderada de los humildes”, doblegando los embates del destino para convertirlos en lucha, en políticas para los desprotegidos, para los herederos de la pobreza, enfrentando a los poderosos para cambiar definitivamente a la Argentina.
Cuenta José María Castiñeira (asesor de Evita) que cuando empezó a proyectarse Ciudad Evita planteó, en una reunión junto a otros colaboradores, que la decisión de construir los famosos chalecitos californianos era una contradicción, ya que representaban el emblema del confort del imperio norteamericano. Entonces, Eva los interrumpió y les dijo “la gente va al cine, ve esas casitas, y yo lo que quiero es cumplirle el sueño a la gente”.
Esta idea que surgió del deseo de Eva Perón, luego se constituyó en un objeto de identidad propia. Esos chalecitos se convirtieron en el emblema de la casita peronista.
Francisco Bullrich, representante de una empresa europea de monoblock, pidió reunirse con Evita. A esta reunión concurrió Castiñeira, quien contó que el planteo que le hizo fue una cuenta muy fácil de entender, absolutamente irrebatible: por la misma plata con que se hacía un chalecito californiano como los que pensaban construir en Ciudad Evita, él podía edificar casi 50 unidades premoldeadas de monoblocks.
Sin embargo, y contra toda lógica, Evita le preguntó primero cómo se iba a ver estéticamente eso y Bullrich contestó con un eufemismo: “como una vivienda obrera”.
“¿Qué quiere decir, que se van a ver como casas de pobres?”, le preguntó Evita. Entonces ella dijo: “quiero que nuestros niños pobres no tengan nada que envidiarles a los hijos de la oligarquía”.
Ese era el pensamiento de Eva Perón. Ella no quería que los trabajadores fueran pobres en ningún aspecto de su vida, ni por su vivienda, ni por su comida, ni por su alojamiento.
En tiempos donde la crisis y la creciente desigualdad golpea la puerta de los argentinos, la figura de Eva, de Evita, se vuelve cada vez más fuerte. Aquella luchadora incansable por los derechos de los más humildes se convierte, hoy, en una figura entrañable. Por eso, a 100 años de su nacimiento, Evita se mantiene presente en la vida de todos los que formamos parte de esta sociedad, en cada barrio, en cada lucha por la igualdad de derechos de las mujeres, en la militancia por la justicia social. Es por ello que para nosotros Evita es mucho más que una figura preponderante para un contexto histórico: Evita es la representación de la acción militante frente a todas las injusticias sociales.
“Donde existe una necesidad, nace un derecho” Evita, La razón de mi vida
Corriente Nacional de la Militancia Chivilcoy